El vendimiador a su amada, de Manuel Magallanes Moure | Poema

    Poema en español
    El vendimiador a su amada

    En los frescos lagares duerme el zumo oloroso 
    de las uvas maduras. Turbador, amoroso, 
    es el vapor que sube de los frescos lagares. 

    ¡Y tu aliento oloroso como los azahares! 

    Ayer, cuando en la viña cogías los maduros 
    racimos, yo observaba los finos, los seguros 
    perfiles de tus amplias caderas y los llenos 
    contornos de tus breves y poderosos senos. 

    El sol quemaba el aire, y caía, caía 
    sobre mí, y en mi alma no sé qué florecía. 
    Algo en mí germinaba; algo ardiente, algo rudo. 

    ¡Y tus ojos brillantes y tu cuello desnudo! 



                * * * 



    Ayer, cuando en la viña bañada en sol cogías 
    los racimos maduros, advertí que reías 
    con una risa nueva. Tus labios se esponjaban 
    húmedos, deliciosos... Y los míos temblaban. 
    En torno a ti agrupábanse todas tus compañeras. 

    ¡Y la sencilla falda ciñendo tus caderas! 



                * * * 



    Cuando me quedé solo bajo el sol irritante 
    descubrieron mis ojos aquel bosque distante 
    de amarillentos álamos. Nunca había advertido 
    que existiera aquel bello bosque desconocido. 

    Caminando por entre las vides deshojadas, 
    ahuyentando a mi paso las sonoras bandadas 
    de los pájaros, fuime hacia aquel bosquecillo. 
    Como oro al sol brillaba su follaje amarillo. 

    Allí, en aquel boscaje, todo, todo es amable. 
    Allí las zarzas tejen un muro impenetrable 
    y se esparcen las hojas por el suelo, formando 
    como un alfombra de oro. ¡Si supieras qué blando 
    tapiz es el que forman las hojas amarillas! 

    Allí hay rumor de insectos y cantos de avecillas 
    pero nada perturba la calma deseada... 

    ¡Y tus labios henchidos cual fruta sazonada! 



                * * * 



    Me interné todo trémulo por aquel bosquecillo 
    y allí oculto, allí estuve hasta que cantó el grillo 
    ¿Por qué te esperé tanto? ¿Por qué creí que irías? 



                * * * 



    Al regreso las sendas todas eran sombrías...