Rubí encendido en la divina frente,
Aldebarán,
lumbrera de misterio,
perla de luz en sangre,
¿cuántos días de Dios viste a la tierra,
mota de polvo,
rodar por los vacíos,
rodar la tierra?
¿Viste brotar al sol recién nacido?
¿Le viste acaso cual diamante en fuego
soltarse del anillo
que fue este nuestro coro de planetas
que hoy rondan en su torno,
de su lumbre al abrigo,
como a la vista de su madre juegan,
pendientes de sus ojos,
confiados los hijos?
¿Eres un ojo del Señor en vela,
siempre despierto,
un ojo escudriñando las tinieblas
y contando los mundos
de su rebaño?
¿Le falta, acaso, alguno?
¿O alguno le ha nacido?
¿Y más allá de todo lo visible,
qué es lo que hay del otro lado del espacio?
Allende el infinito,
di, Aldebarán, qué resta?
¿Dónde acaban los mundos?
¿Todos van en silencio, solitarios,
sin una vez juntarse;
todos se miran a través del cielo
y siguen, siguen,
cada cual solitario en su sendero?
¿No anhelas, di, juntarte tú con Sirio
y besarle en la frente?
¿Es que el Señor, un día,
en un redil no ha de juntar a todas
las celestes estrellas?
¿No hará de todas ellas
una rosa de luz para su pecho?
¿Qué amores imposibles
guarda el abismo?
¿Qué mensajes de anhelos seculares
trasmiten los cometas?
¿Sois hermandad? ¿Te duele,
dime, el dolor de Sirio,
Aldebarán?
¿Marcháis todos a un punto?
¿Oyes al sol?
¿Me oyes a mí?
¿Sabes que aliento y sufro en esta tierra,
mota de polvo,
rubí encendido en la divina frente,
Aldebarán?
¿Si es tu alma lo que irradia con tu lumbre,
lo que irradia, es amor?
¿Es tu vida secreto?
¿O no quieres decir nada en la frente
del tenebroso Dios?
¿Eres adorno y nada más que en ella
para propio recreo se colgara?
Siempre solo, perdido en lo infinito,
Aldebarán,
perdido en la infinita muchedumbre
de solitarios...
¿sin hermandad?
¿O sois una familia que se entiende,
que se mira los ojos,
que se cambia pesares y sentires
en lo infinito?
¿Os une acaso algún común deseo?
¿Como tu luz nos llega, dulce estrella,
dulce y terrible,
no nos llega de tu alma el soplo acaso,
Aldebarán?
Aldebarán, Aldebarán ardiente,
el pecho del espacio,
di, ¿no es regazo vivo,
regazo palpitante de misterio?
¡Tú sigues a las Pléyades
siglos de siglos,
Aldebarán,
y siempre el mismo trecho te mantienen!
Estos mismos lucientes jeroglíficos
que la mano de Dios trazó en el cielo
vio el primer hombre,
y siempre indescifrables
ruedan en torno a nuestra pobre Tierra.
Su fijidez, que salva
el cambiar de los siglos agorero,
es nuestro lazo de quietud, cadena
de permanencia augusta;
símbolo del anhelo permanente
de la sed de verdad, nunca saciada,
nos son esas figuras que no cambian,
Aldebarán.
De vosotros, celestes jeroglíficos
en que el enigma universal se encierra,
cuelgan por siglos
los sueños seculares;
de vosotros descienden las leyendas
brumosas, estelares,
que, cual ocultas hebras,
al hombre cavernario nos enlazan.
Él, en la noche de tormenta y hambre,
te vio, rubí impasible,
Aldebarán,
y loco alguna vez, con su ojo en sangre,
te vio al morir,
sangriento ojo del cielo,
ojo de Dios,
¡Aldebarán!
¿Y cuando tú te mueras?
¿Cuando tu luz, al cabo,
se derrita una vez en las tinieblas?
¿Cuando frío y oscuro
el espacio sudario
ruedes sin fin y para fin ninguno?
¡Este techo nocturno de la tierra,
bordado con enigmas,
esta estrellada tela
de nuestra pobre tienda de campaña,
es la misma que un día vio este polvo
que hoy huellan nuestras plantas,
cuando en humanas frentes
fraguó vivientes ojos!
¡Hoy se alza en remolino
cuando el aire lo azota
y ayer fue pechos respirando vida!
Y ese polvo de estrellas,
ese arenal redondo
sobre que rueda el mar de las tinieblas,
¿no fue también un cuerpo soberano,
sede no fue de un alma,
Aldebarán?
¿No lo es aún hoy, Aldebarán ardiente?
¿No eres, acaso, estrella misteriosa,
gota de sangre viva
en las venas de Dios?
¿No es su cuerpo el espacio tenebroso?
¿Y cuando tú te mueras,
¿qué hará de ti ese cuerpo?
¿Adónde Dios, por su salud luchando,
te habrá de segregar, estrella muerta,
Aldebarán?
¿A qué tremendo muladar de mundos?
Sobre mi tumba, Aldebarán. derrama
tu luz de sangre,
y si un día volvemos a la Tierra,
te encuentre inmoble, ¡Aldebarán, callando
del eterno misterio la palabra!
¡Si la Verdad Suprema nos ciñese
volveríamos todos a la nada!
¡De eternidad es tu silencio prenda,
Aldebarán!