Aldebarán, de Miguel de Unamuno | Poema

    Poema en español
    Aldebarán

    Rubí encendido en la divina frente, 
    Aldebarán, 
    lumbrera de misterio, 
    perla de luz en sangre, 
    ¿cuántos días de Dios viste a la tierra, 
    mota de polvo, 
    rodar por los vacíos, 
    rodar la tierra? 
    ¿Viste brotar al sol recién nacido? 
    ¿Le viste acaso cual diamante en fuego 
    soltarse del anillo 
    que fue este nuestro coro de planetas 
    que hoy rondan en su torno, 
    de su lumbre al abrigo, 
    como a la vista de su madre juegan, 
    pendientes de sus ojos, 
    confiados los hijos? 
    ¿Eres un ojo del Señor en vela, 
    siempre despierto, 
    un ojo escudriñando las tinieblas 
    y contando los mundos 
    de su rebaño? 
    ¿Le falta, acaso, alguno? 
    ¿O alguno le ha nacido? 
    ¿Y más allá de todo lo visible, 
    qué es lo que hay del otro lado del espacio? 
    Allende el infinito, 
    di, Aldebarán, qué resta? 
    ¿Dónde acaban los mundos? 
    ¿Todos van en silencio, solitarios, 
    sin una vez juntarse; 
    todos se miran a través del cielo 
    y siguen, siguen, 
    cada cual solitario en su sendero? 
    ¿No anhelas, di, juntarte tú con Sirio 
    y besarle en la frente? 
    ¿Es que el Señor, un día, 
    en un redil no ha de juntar a todas 
    las celestes estrellas? 
    ¿No hará de todas ellas 
    una rosa de luz para su pecho? 
    ¿Qué amores imposibles 
    guarda el abismo? 
    ¿Qué mensajes de anhelos seculares 
    trasmiten los cometas? 
    ¿Sois hermandad? ¿Te duele, 
    dime, el dolor de Sirio, 
    Aldebarán? 
    ¿Marcháis todos a un punto? 
    ¿Oyes al sol? 
    ¿Me oyes a mí? 
    ¿Sabes que aliento y sufro en esta tierra, 
    mota de polvo, 
    rubí encendido en la divina frente, 
    Aldebarán? 
    ¿Si es tu alma lo que irradia con tu lumbre, 
    lo que irradia, es amor? 
    ¿Es tu vida secreto? 
    ¿O no quieres decir nada en la frente 
    del tenebroso Dios? 
    ¿Eres adorno y nada más que en ella 
    para propio recreo se colgara? 
    Siempre solo, perdido en lo infinito, 
    Aldebarán, 
    perdido en la infinita muchedumbre 
    de solitarios... 
    ¿sin hermandad? 
    ¿O sois una familia que se entiende, 
    que se mira los ojos, 
    que se cambia pesares y sentires 
    en lo infinito? 
    ¿Os une acaso algún común deseo? 
    ¿Como tu luz nos llega, dulce estrella, 
    dulce y terrible, 
    no nos llega de tu alma el soplo acaso, 
    Aldebarán? 
    Aldebarán, Aldebarán ardiente, 
    el pecho del espacio, 
    di, ¿no es regazo vivo, 
    regazo palpitante de misterio? 
    ¡Tú sigues a las Pléyades 
    siglos de siglos, 
    Aldebarán, 
    y siempre el mismo trecho te mantienen! 
    Estos mismos lucientes jeroglíficos 
    que la mano de Dios trazó en el cielo 
    vio el primer hombre, 
    y siempre indescifrables 
    ruedan en torno a nuestra pobre Tierra. 
    Su fijidez, que salva 
    el cambiar de los siglos agorero, 
    es nuestro lazo de quietud, cadena 
    de permanencia augusta; 
    símbolo del anhelo permanente 
    de la sed de verdad, nunca saciada, 
    nos son esas figuras que no cambian, 
    Aldebarán. 
    De vosotros, celestes jeroglíficos 
    en que el enigma universal se encierra, 
    cuelgan por siglos 
    los sueños seculares; 
    de vosotros descienden las leyendas 
    brumosas, estelares, 
    que, cual ocultas hebras, 
    al hombre cavernario nos enlazan. 
    Él, en la noche de tormenta y hambre, 
    te vio, rubí impasible, 
    Aldebarán, 
    y loco alguna vez, con su ojo en sangre, 
    te vio al morir, 
    sangriento ojo del cielo, 
    ojo de Dios, 
    ¡Aldebarán! 
    ¿Y cuando tú te mueras? 
    ¿Cuando tu luz, al cabo, 
    se derrita una vez en las tinieblas? 
    ¿Cuando frío y oscuro 
    el espacio sudario 
    ruedes sin fin y para fin ninguno? 
    ¡Este techo nocturno de la tierra, 
    bordado con enigmas, 
    esta estrellada tela 
    de nuestra pobre tienda de campaña, 
    es la misma que un día vio este polvo 
    que hoy huellan nuestras plantas, 
    cuando en humanas frentes 
    fraguó vivientes ojos! 
    ¡Hoy se alza en remolino 
    cuando el aire lo azota 
    y ayer fue pechos respirando vida! 
    Y ese polvo de estrellas, 
    ese arenal redondo 
    sobre que rueda el mar de las tinieblas, 
    ¿no fue también un cuerpo soberano, 
    sede no fue de un alma, 
    Aldebarán? 
    ¿No lo es aún hoy, Aldebarán ardiente? 
    ¿No eres, acaso, estrella misteriosa, 
    gota de sangre viva 
    en las venas de Dios? 
    ¿No es su cuerpo el espacio tenebroso? 
    ¿Y cuando tú te mueras, 
    ¿qué hará de ti ese cuerpo? 
    ¿Adónde Dios, por su salud luchando, 
    te habrá de segregar, estrella muerta, 
    Aldebarán? 
    ¿A qué tremendo muladar de mundos? 
    Sobre mi tumba, Aldebarán. derrama 
    tu luz de sangre, 
    y si un día volvemos a la Tierra, 
    te encuentre inmoble, ¡Aldebarán, callando 
    del eterno misterio la palabra! 
    ¡Si la Verdad Suprema nos ciñese 
    volveríamos todos a la nada! 
    ¡De eternidad es tu silencio prenda, 
    Aldebarán!