La quietud sujetó con recia mano al pobre perro inquieto, y para siempre fiel se acostó en su madre piadosa tierra. Sus ojos mansos no clavará en los míos con la tristeza de faltarle el habla; no lamerá mi mano
Piensa el sentimiento, siente el pensamiento; que tus cantos tengan nidos en la tierra, y que cuando en vuelo a los cielos suban tras las nubes no se pierdan.
Ay, triste España de Caín, la roja de sangre hermana y por la bilis gualda, muerdes porque no comes, y en la espalda llevas carga de siglos de congoja!