La vida sencilla, de Octavio Paz | Poema

    Poema en español
    La vida sencilla

    Llamar al pan el pan y que aparezca 
    sobre el mantel el pan de cada día; 
    darle al sudor lo suyo y darle al sueño 
    y al breve paraíso y al infierno 
    y al cuerpo y al minuto lo que piden; 
    reír como el mar ríe, el viento ríe, 
    sin que la risa suene a vidrios rotos; 
    beber y en la embriaguez asir la vida; 
    bailar el baile sin perder el paso; 
    tocar la mano de un desconocido 
    en un día de piedra y agonía 
    y que esa mano tenga la firmeza 
    que no tuvo la mano del amigo; 
    probar la soledad sin que el vinagre 
    haga torcer mi boca, ni repita 
    mis muecas el espejo, ni el silencio 
    se erice con los dientes que rechinan: 
    estas cuatro paredes -papel, yeso, 
    alfombra rala y foco amarillento- 
    no son aún el prometido infierno; 
    que no me duela más aquel deseo, 
    helado por el miedo, llaga fría, 
    quemadura de labios no besados: 
    el agua clara nunca se detiene 
    y hay frutas que se caen de maduras; 
    saber partir el pan y repartirlo, 
    el pan de una verdad común a todos, 
    verdad de pan que a todos nos sustenta, 
    por cuya levadura soy un hombre, 
    un semejante entre mis semejantes; 
    pelear por la vida de los vivos, 
    dar la vida a los vivos, a la vida, 
    y enterrar a los muertos y olvidarlos 
    como la tierra los olvida: en frutos... 
    Y que a la hora de mi muerte logre 
    morir como los hombres y me alcance 
    el perdón y la vida perdurable 
    del polvo, de los frutos y del polvo. 

    Octavio Paz (1914-1998), poeta, ensayista, traductor, dramaturgo y cuentista mexicano, fue diplomático y profesor en universidades europeas y norteamericanas. En 1963 fue distinguido con el Gran Premio Internacional de Poesía, y después con el Premio Cervantes 1981 y el Premio Nobel de Literatura 1990. Desde 1977, hasta su muerte, dirigió la revista Vuelta (Premio Príncipe de Asturias 1992). Publicó, entre otros numerosos libros, los de poesía Libertad bajo palabra, Salamandra, Ladera este, Árbol adentro, así como los ensayos El laberinto de la soledad, El arco y la lira, Puertas al campo, Corriente alterna, Cuadrivio, Los hijos del limo o El ogro filantrópico, y el monumental estudio Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, por citar algunos. 

    • En llamas, en otoños incendiados, 
      arde a veces mi corazón, 
      puro y solo. El viento lo despierta, 
      toca su centro y lo suspende 
      en luz que sonríe para nadie: 
      ¡cuánta belleza suelta! 

    • Por buscarme, Poesía, en ti me busqué: 
      deshecha estrella de agua, 
      se anegó en mi ser. 
      Por buscarte, Poesía, 
      en mí naufragué. 

      Después sólo te buscaba 
      por huir de mí: 
      ¡espesura de reflejos 
      en que me perdí! 

    • Dales la vuelta, 
      cógelas del rabo (chillen, putas), 
      azótalas, 
      dales azúcar en la boca a las rejegas, 
      ínflalas, globos, pínchalas, 
      sórbeles sangre y tuétanos, 
      sécalas, 
      cápalas, 
      písalas, gallo galante, 
      tuérceles el gaznate, cocinero, 

    • Cierra los ojos y a oscuras piérdete 
      bajo el follaje rojo de tus párpados. 
      Húndete en esas espirales 
      del sonido que zumba y cae 
      y suena allí, remoto, 
      hacia el sitio del tímpano, 
      como una catarata ensordecida. 

    • Infrecuentes (pero también inmerecidas) 
      instantáneas (pero es verdad que el tiempo no se mide 
      hay instantes que estallan y son astros 
      otros son un río detenido y unos árboles fijos 
      otros son ese mismo río arrasando los mismos árboles) 
      infrecuentes 

    • Es una calle larga y silenciosa. 
      Ando en tinieblas y tropiezo y caigo 
      y me levanto y piso con pies ciegos 
      las piedras mudas y las hojas secas 
      y alguien detrás de mí también la pisa: 
      si me detengo, se detiene; 
      si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie. 

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