Calle de las sierpes, de Oliverio Girondo | Poema

    Poema en español
    Calle de las sierpes

    A D. Ramón Gómez de la Serna 
     
    Una corriente de brazos y de espaldas 
    nos encauza 
    y nos hace desembocar 
    bajo los abanicos, 
    las pipas, 
    los anteojos enormes 
    colgados en medio de la calle; 
    únicos testimonios de una raza 
    desaparecida de gigantes. 

    Sentados al borde de las sillas, 
    cual si fueran a dar un brinco 
    y ponerse a bailar, 
    los parroquianos de los cafés 
    aplauden la actividad del camarero, 
    mientras los limpiabotas les lustran los zapatos 
    hasta que pueda leerse 
    el anuncio de la corrida del domingo. 

    Con sus caras de mascarón de proa, 
    el habano hace las veces de bauprés, 
    los hacendados penetran 
    en los despachos de bebidas, 
    a muletear los argumentos 
    como si entraran a matar; 
    y acodados en los mostradores, 
    que simulan barreras, 
    brindan a la concurrencia 
    el miura disecado 
    que asoma la cabeza en la pared. 

    Ceñidos en sus capas, como toreros, 
    los curas entran en las peluquerías 
    a afeitarse en cuatrocientos espejos a la vez, 
    y cuando salen a la calle 
    ya tienen una barba de tres días. 

    En los invernáculos 
    edificados por los círculos, 
    la pereza se da como en ninguna parte 
    y los socios la ingieren 
    con churros o con horchata, 
    para encallar en los sillones 
    sus abulias y sus laxitudes de fantoches. 

    Cada doscientos cuarenta y siete hombres, 
    trescientos doce curas 
    y doscientos noventa y tres soldados, 
    pasa una mujer.

    • Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón. 

    • Lo palpable lo mórbido 
      el conco fondo ardido los tanturbios 
      las tensas sondas hondas los reflujos las ondas de la carne 
      y sus pistilos núbiles contráctiles 
      y sus anexos nidos 
      los languiformes férvidos subsobornos innúmeros del tacto 
      su mosto azul desnudo 

    • Este campo fue mar 
      de sal y espuma. 
      Hoy oleaje de ovejas, 
      voz de avena. 

      Más que tierra eres cielo, 
      campo nuestro. 
      Puro cielo sereno... 
      Puro cielo. 

      ¿De tu origen marino no conservas 
      más caracol que el nido del hornero?