Encallado en las costas del Pacífico, de Oliverio Girondo | Poema

    Poema en español
    Encallado en las costas del Pacífico

    Publicado en La Nación el 19 de abril de 1951, con el título Instancias a un poeta —encallado en las costas del Pacífico—. Disgustado por la errónea Identidad que muchos lectores prestaron al poeta del título, el autor decidió mencionar al verdadero destinatario del poema en el caso de una futura reimpresión. 

    A Enrique Molina 
     
    Corta los dedos momias 
    la yugular marina 
    de los algosos huéspedes que agobian tu pensativo omóplato 
    de lluvia 
    la veta de presagios que labran en tu arena los cangrejos 
    escribas 
    el tendón que te amarra a tanto ritmo muerto entre gaviotas 
    y huye con tu terráquea estatua parpadeante 
    sin un mítico cuerno bajo la nieve niña recostada en tus sienes 
    pero con once antenas fluorescentes embistiendo el misterio. 

    Huye con ella en llamas del brazo de su miedo 
    tómala de las rosas si prefieres llagarte la corteza 
    pero abandona el eco de ese hipomar hidrófobo 
    que fofopulpoduende te dilata el abismo con sus viscosos ceros 
    absorbentes 
    cuando no te trasmuta en migratorio vuelo circunflexo de 
    nostalgias sin rumbo. 
    Furiosamente aleja tu Segismunda rata introspectiva 
    tu telaraña hambrienta 
    de ese trasmundo hijastro de la lava en mística abstinencia 
    de cactus penitentes 
    y con tu dogoarcángel auroleado de moscas 
    y tus fieles botines melancólicos 
    de ensueños disecados y gritos de entrecasa color crimen 
    huye con ella dentro de su claustral aroma 
    aunque su cieloinfierno te condene a un eterno “Te quiero”. 

    Deja ya desprenderse el cálido follaje que brota de tus manos 
    junto a ese móvil tótem de muslos agua viva 
    flagélate si quieres con las violentas trenzas que le hurtaste 
    al olvido 
    pero por más que sufras en cada cruz vacante una pasión suicida 
    y tu propia cisterna con semivirgen luna reclame tu cabeza 
    ya sin velero ocaso 
    ni chicha de pestañas 
    ni cajas donde late la agónica sequía 
    huye por los senderos que arrancan de tu pecho 
    con tu hijo entre paréntesis 
    tu hormiguero de espectros 
    tus bisabuelas lámparas 
    y todos los frutales recuerdos florecidos que alimentan tu siesta. 

    Huye con ella envuelto en su orquestal cabello 
    y su mirar sigilo 
    aunque te cruces de alas 
    y el averritmo herido que anida en el costado donde te sangra 
    el tiempo 
    atardezca su canto entre sus senoslotos 
    o en sus brazos de estatua 
    que ha perdido los brazos en aras de vestales y faunos inhumados 
    y huye con tus grilletes de prófugo perpetuo 
    tu nimbo sin eclipses 
    tus desnudos complejos 
    y el sempiterno tajo de fluviales tinieblas que te parte los ojos 
    para que viertan coágulos de rancia angustia padre 
    impulsos prenatales 
    y meteóricas ansias que le muerden los crótalos 
    a los sueñosculebras del lecho donde boga ámbarmente desnuda 
    tu ninfómana estrella 
    mientras tu cuervo grazna un “Nunca más” de piedra.