Tánger, de Oliverio Girondo | Poema

    Poema en español
    Tánger

    A D. Alfonso Maseras 
     
    La hélice deja de latir; 
    así las casas no se vuelan, 
    como una bandada de gaviotas. 

    Erizadas de manos y de brazos 
    que emergen de unas mangas enormes, 
    las barcas de los nativos nos abordan 
    para que, en alaridos de gorila, 
    ellos irrumpan en cubierta 
    y emprendan con fardos y valijas 
    un partido de “rugby”. 

    Sobre el muelle de desembarco, 
    que, desde lejos, 
    es un parral rebosante de uvas negras, 
    los hombres, al hablar, 
    hacen los mismos gestos 
    que si tocaran un “jazz-band”, 
    y cuando quedan en silencio 
    provocan la tentación 
    de echarles una moneda en la tetilla 
    y hundirles de una trompada el esternón. 

    Calles que suben, 
    titubean, 
    se adelgazan 
    para poder pasar, 
    se agachan bajo las casas, 
    se detienen a tomar sol, 
    se dan de narices 
    contra los clavos de las puertas 
    que les cierran el paso. 

    ¡Calles que muerden los pies 
    a cuantos no los tienen achatados 
    por las travesías del desierto! 

    A caballo en los lomos de sus mamas, 
    los chicos les taconean la verija 
    para que no se dejen alcanzar 
    por los burros que pasan 
    con las ancas ensangrentadas 
    de palos y de erres. 

    Cada ochocientos metros 
    de mal olor 
    nos hace “flotar” 
    de un “upper-cut”. 

    Fantasmas en zapatillas, 
    que nos miran con sus ojos desnudos, 
    las mujeres 
    entran en zaguanes tan frescos y azulados 
    que los hubiera firmado Fray Angélico, 
    se detienen ante las tiendas, 
    donde los mercaderes, 
    como en un relicario, 
    ensayan posturas budescas 
    entre las nubes tormentosas 
    de sus pipas de “kiff”. 

    Con dos ombligos en los ojos 
    y una telaraña en los sobacos, 
    los pordioseros petrifican 
    una mueca de momia; 
    ululan lamentaciones 
    con sus labios de perro, 
    o una quejumbre de “cante hondo”; 
    inciensan de tragedia las calles 
    al reproducir sobre los muros 
    votivas actitudes de estela. 

    En el pequeño zoco, 
    las diligencias automóviles, 
    ¡guardabarros con olor a desierto!, 
    ábrense paso entre una multitud 
    que negocia en todas las lenguas de Babel, 
    arroja y abaraja los vocablos 
    como si fueran clavas, 
    se los arranca de la boca 
    como si se extrajera los molares. 

    Impermeables a cuanto las rodea, 
    las inglesas pasean en los burros, 
    sin tan siquiera emocionarse 
    ante el gesto con que los vendedores 
    abren sus dos alas de alfombras: 
    gesto de mariposa enferma 
    que no puede volar. 

    Chaquets de cucaracha, 
    sonrisas bíblicas, 
    dedos de ave de rapiña, 
    los judíos realizan la paradoja de vender 
    el dinero con que los otros compran; 
    y cargados de leña y de jorobas 
    los dromedarios arriban 
    con una escupida de desprecio 
    hacia esa humanidad que gesticula 
    hasta con las orejas, 
    vende hasta las uñas de los pies. 

    ¡Barrio de panaderos 
    que estudian para diablo! 
    ¡Barrio de zapateros 
    que al rematar cada puntada 
    levantan los brazos 
    en un simulacro de naufragio! 
    ¡Barrio de peluqueros 
    que mondan las cabezas como papas 
    y extraen a cada cliente 
    un vasito de “sherry-brandy” del cogote! 

    Desde lo alto de los alminares 
    los almuédanos, 
    al ver caer el Sol, 
    instan a lavarse los pies 
    a los fieles, que acuden 
    con las cabezas vendadas 
    cual si los hubieran trepanado. 

    Y de noche, 
    cuando la vida de la ciudad 
    trepa las escaleras de gallinero 
    de los café-conciertos, 
    el ritmo entrecortado 
    de las flautas y del tambor 
    hieratiza las posturas egipcias 
    con que los hombres recuéstanse en los muros, 
    donde penden alfanjes de zarzuela 
    y el Kaiser abraza en las litografías al Sultán... 

    En tanto que, al resplandor lunar, 
    las palmeras que emergen de los techos 
    semejan arañas fabulosas 
    colgadas del cielo raso de la noche.