Testimonial, de Oliverio Girondo | Poema

    Poema en español
    Testimonial

    Allí están, 
    allí estaban 
    las trashumantes nubes, 
    la fácil desnudez del arroyo, 
    la voz de la madera, 
    los trigales ardientes, 
    la amistad apacible de las piedras. 

    Allí la sal, 
    los juncos que se bañan, 
    el melodioso sueño de los sauces, 
    el trino de los astros, 
    de los grillos, 
    la luna recostada sobre el césped, 
    el horizonte azul, 
    ¡el horizonte! 
    con sus briosos tordillos por el aire. 

    ¡Pero no! 
    Nos sedujo lo infecto, 
    la opinión clamorosa de las cloacas, 
    los vibrantes eructos de onda corta, 
    el pasional engrudo 
    las circuncisas lenguas de cemento, 
    los poetas de moco enternecido, 
    los vocablos, 
    las sombras sin remedio. 

    Y aquí estamos: 
    exangües, 
    más pálidos que nunca; 
    como tibios pescados corrompidos 
    por tanto mercader y ruido muerto: 
    como mustias acelgas digeridas 
    por la preocupación y la dispepsia; 
    como resumideros ululantes 
    que toman el tranvía 
    y bostezan 
    y sudan 
    sobre el carbón, la cal, las telarañas; 
    como erectos ombligos con pelusa 
    que se rascan las piernas y sonríen, 
    bajo los cielorrasos 
    y las mesas de luz 
    y los felpudos; 
    llenos de iniquidad y de lagañas, 
    llenos de hiel y tics a contrapelo, 
    de histrionismos madeja, 
    yarará, 
    mosca muerta; 
    con el cráneo repleto de aserrín escupido, 
    con las venas pobladas de alacranes filtrables, 
    con los ojos rodeados de pantanosas costas 
    y paisajes de arena, 
    nada más que de arena. 

    Escoria entumecida de enquistados complejos 
    y cascarrientos labios 
    que se olvida del sexo en todas partes, 
    que confunde el amor con el masaje, 
    la poesía con la congoja acidulada, 
    los misales con los libros de caja. 
    Desolados engendros del azar y el hastío, 
    con la carne exprimida 
    por los bancos de estuco y tripas de oro, 
    por los dedos cubiertos de insaciables ventosas, 
    por caducos gargajos de cuello almidonado, 
    por cuantos mingitorios con trato de excelencia 
    explotan las tinieblas, 
    ordeñan las cascadas, 
    la edulcorada caña, 
    la sangre oleaginosa de los falsos caballos, 
    sin orejas, 
    sin cascos, 
    ni florecido esfínter de amapola, 
    que los llevan al hambre, 
    a empeñar la esperanza, 
    a vender los ovarios, 
    a cortar a pedazos sus adoradas madres, 
    a ingerir los infundios que pregonan las lámparas, 
    los hilos tartamudos, 
    los babosos escuerzos que tienen la palabra, 
    y hablan, 
    hablan, 
    hablan, 
    ante las barbas próceres, 
    o verdes redomones de bronce que no mean, 
    ante las multitudes 
    que desde un sexto piso 
    podrán semejarse a caviar envasado, 
    aunque de cerca apestan: 
    a sudor sometido, 
    a cama trasnochada, 
    a sacrificio inútil, 
    a rencor estancado, 
    a pis en cuarentena, 
    a rata muerta.