No estoy. No la conozco. No quiero conocerla. Me repugna lo hueco, la afición al misterio, el culto a la ceniza, a cuanto se disgrega. Jamás he mantenido contacto con lo inerte. Si de algo he renegado es de la indiferencia. No aspiro a transmutarme, ni me tienta el reposo. Todavía me intrigan el absurdo, la gracia. No estoy para lo inmóvil, para lo inhabitado. Cuando venga a buscarme, díganle: “Se ha mudado”.
Lo palpable lo mórbido el conco fondo ardido los tanturbios las tensas sondas hondas los reflujos las ondas de la carne y sus pistilos núbiles contráctiles y sus anexos nidos los languiformes férvidos subsobornos innúmeros del tacto su mosto azul desnudo
Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.