No tener un regazo que nos brinde, piadoso,
tras los rudos cansancios del humano fracaso,
la ilusoria certeza de un sereno reposo.
¡No tener un regazo!
Tú desde entonces eras la elegida
para mi corazón aventurero,
y tenías que ser para mí, pero
¡estabas tan distante de mi vida!
Estabas tan lejana y escondida
en no sé qué recodo de un sendero,
que te buscaba en vano... ¡oh!, el artero
destino cruel de mi ilusión florida.
En la inquietud de mi peregrinaje,
todos los privilegios del paisaje
decoraron mis múltiples derrotas.
Y al fin mi corazón, por un acaso,
se durmió para siempre en tu regazo,
ciego de luz y con las alas rotas!...