Oda al amor, de Pablo Neruda | Poema

    Poema en español
    Oda al amor

    Amor, hagamos cuentas. 
    A mi edad 
    no es posible 
    engañar o engañarnos. 
    Fui ladrón de caminos, 
    tal vez, 
    no me arrepiento. 
    Un minuto profundo, 
    una magnolia rota 
    por mis dientes 
    y la luz de la luna 
    celestina. 
    Muy bien, pero, el balance? 
    La soledad mantuvo 
    su red entretejida 
    de fríos jazmineros 
    y entonces 
    la que llegó a mis brazos 
    fue la reina rosada 
    de las islas. 
    Amor, 
    con una gota, 
    aunque caiga 
    durante toda y toda 
    la nocturna 
    primavera 
    no se forma el océano 
    y me quedé desnudo, 
    solitario, esperando. 

    Pero, he aquí que aquella 
    que pasó por mis brazos 
    como una ola 
    aquella 
    que sólo fue un sabor 
    de fruta vespertina, 
    de pronto 
    parpadeó como estrella, 
    ardió como paloma 
    y la encontré en mi piel 
    desenlazándose 
    como la cabellera de una hoguera. 
    Amor, desde aquel día 
    todo fue más sencillo. 
    Obedecí las órdenes 
    que mi olvidado corazón me daba 
    y apreté su cintura 
    y reclamé su boca 
    con todo el poderío 
    de mis besos, 
    como un rey que arrebata 
    con un ejército desesperado 
    una pequeña torre donde crece 
    la azucena salvaje de su infancia. 
    Por eso, Amor, yo creo 
    que enmarañado y duro 
    puede ser tu camino, 
    pero que vuelves 
    de tu cacería 
    y cuando enciendes 
    otra vez el fuego, 
    como el pan en la mesa, 
    así, con sencillez, 
    debe estar lo que amamos. 
    Amor, eso me diste. 
    Cuando por vez primera 
    ella llegó a mis brazos 
    pasó como las aguas 
    en una despeñada primavera. 
    Hoy 
    la recojo. 
    Son angostas mis manos pequeñas 
    las cuencas de mis ojos 
    para que ellas reciban 
    su tesoro, 
    la cascada 
    de interminable luz, el hilo de oro, 
    el pan de su fragancia 
    que son sencillamente, Amor, mi vida.

    Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 conocido por el seudónimo y, más tarde, el nombre legal de Pablo Neruda, fue un poeta chileno, considerado uno de los mayores y más influyentes de su siglo, siendo llamado por el novelista Gabriel García Márquez «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma». Entre sus múltiples reconocimientos destaca el Premio Nobel de Literatura en 1971. En 1917, publica su primer artículo en el diario La Mañana de Temuco, con el título de Entusiasmo y perseverancia. En esta ciudad escribió gran parte de los trabajos, que pasarían a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario. En 1924 publica su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en el que todavía se nota una influencia del modernismo. En 1927, comienza su larga carrera diplomática en Rangún, Birmania. Será luego cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid. En sus múltiples viajes conoce en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti. Pregona su concepción poética de entonces, la que llamó «poesía impura», y experimenta el poderoso y liberador influjo del Surrealismo. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra.

    • Recuerdas cuando 
      en invierno 
      llegamos a la isla? 
      El mar hacia nosotros levantaba 
      una copa de frío. 
      En las paredes las enredaderas 
      susurraban dejando 
      caer hojas oscuras 
      a nuestro paso. 
      Tú eras también una pequeña hoja 

    • Se llamaba Miguel. Era un pequeño 
      pastor de las orillas 
      de Orihuela. 
      Lo amé y puse en su pecho 
      mi masculina mano, 
      y creció su estatura poderosa 
      hasta que en la aspereza 
      de la tierra española 
      se destacó su canto 
      como una brusca encina