Interminables años, coleccionando imágenes.
En perfumes, en tactos, en sabores, en músicas.
Fuego o juego de muerte, el sexo del amor.
Jóvenes animales, los amantes se sientan
a la mesa del cuerpo. Divine Love, Arcadia.
Tender trampas rituales al blanco de la página.
En cada línea, unos, negros felinos mágicos.
Otros, como letales perfumes revelándose.
Se confunden, se encuentran, se mezclan, se extravían.
Existen si los sueñas, y existes porque existen.
Cada noche sus formas de ébano o hematita.
Escribiendo sus nombres, encarnas espejismos.
Y degustas tu vida en su alaska de muerte.
Luz negra, luz profunda de la iluminación.
Las sombras y reflejos de todos tus fantasmas,
astros de pronto, incendios, cenizas, nada. Y tú,
Columna de Trajano al claro de la luna.
Alienarte en el fondo fecundo de los signos.
Surcas contra corriente el río de la vida.
Corcel sin brida, el sueño. Alba en la confusión.
Librarte una vez más de tu propia escritura.
En lucha con el ángel de la página en negro.
Extraviado en él. Su luz indefinida.
Creados y abolidos en un abrazo puro.
El alba te susurra su confuso secreto:
esos trinos que oyes sabes que no los oyes.
Y engañas tu deseo en espiral de hierro.
El discurso vacío o el deshacimiento.
Por la ruta de Osiris, en un caballo verde.
A mitad del camino, deja ya de soñar.
Narciso vive en ti de su propio reflejo.
La única verdad te la escribió en las sábanas.
El nueve del espejo, la conexión sagrada.
Desanudar la red.