¡Qué gran víspera el mundo!, de Pedro Salinas | Poema

    Poema en español
    ¡Qué gran víspera el mundo!

    ¡Qué gran víspera el mundo! 
    No había nada hecho. 
    Ni materia, ni números, 
    ni astros, ni siglos,... nada. 
    El carbón no era negro 
    ni la rosa era tierna. 
    Nada era nada, aún. 
    ¡Qué inocencia creer 
    que fue el pasado de otros 
    y en otro tiempo, ya 
    irrevocable, siempre! 
    No, el pasado era nuestro: 
    no tenía ni nombre. 
    Podíamos llamarlo 
    a nuestro gusto: estrella, 
    colibrí, teorema, 
    en vez de así, “pasado”; 
    quitarle su veneno. 
    Un gran viento soplaba 
    hacia nosotros minas, 
    continentes, motores. 
    ¿Minas de qué? Vacías. 
    Estaban aguardando 
    nuestro primer deseo, 
    para ser en seguida 
    de cobre, de amapolas. 
    Las ciudades, los puertos 
    flotaban sobre el mundo, 
    sin sitio todavía: 
    esperaban que tú 
    les dijeses: “Aquí”, 
    para lanzar los barcos, 
    las máquinas, las fiestas. 
    Máquinas impacientes 
    de sin destino, aún; 
    porque harían la luz 
    si tú se lo mandabas, 
    o las noches de otoño 
    si las querías tú. 
    Los verbos, indecisos, 
    te miraban los ojos 
    como los perros fieles, 
    trémulos. Tu mandato 
    iba a marcarles ya 
    sus rumbos, sus acciones. 
    ¿Subir? Se estremecía 
    su energía ignorante. 
    ¿Sería ir hacia arriba 
    “subir”? ¿E ir hacia dónde 
    sería “descender”? 
    Con mensajes a antípodas, 
    a luceros, tu orden 
    iba a darles conciencia 
    súbita de su ser, 
    de volar o arrastrarse. 
    El gran mundo vacío, 
    sin empleo, delante 
    de ti estaba: su impulso 
    se lo darías tú. 
    Y junto a ti, vacante, 
    Por nacer, anheloso, 
    Con los con los ojos cerrados, 
    Preparado ya el cuerpo 
    Para el dolor y el beso, 
    con la sangre en su sitio, 
    yo, esperando 
    ¡ay, si no me mirabas! 
    a que tú me quisieses 
    y me dijeras: “Ya”.

    Pedro Salinas (Madrid, 1891-Boston, 1951), autor de poemarios emblemáticos como Seguro azar, La voz a ti debida o El contemplado, es una figura clave del panorama cultural español del siglo XX. También cabe destacar su obra epistolar, en la que destaca Cartas a Katherine Whitmore y su Correspondencia (1923-1951) con el también poeta Jorge Guillén. Su vida, consagrada a la poesía y a la literatura, estuvo marcada por su exilio a Estados Unidos en 1936. 

    • Si te quiero 
      no es porque te lo digo; 
      es porque me lo digo y me lo dicen. 
      El decírtelo a ti, ¡Que poco importa 
      a esa pura verdad que es en su fondo 
      quererte! Me lo digo, 
      y es como un despertar de un no decirlo, 
      como un nacer desnudo, 

    • Qué alegría, vivir 
      sintiéndose vivido. 
      Rendirse 
      a la gran certidumbre, oscuramente, 
      de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, 
      me está viviendo. 
      Que cuando los espejos, los espías, 
      azogues, almas cortas, aseguran 
      que estoy aquí, yo, inmóvil, 

    • ¿Serás, amor 
      un largo adiós que no se acaba? 
      Vivir, desde el principio, es separarse. 
      En el primer encuentro 
      con la luz, con los labios, 
      el corazón percibe la congoja 
      de tener que estar ciego y solo un día. 
      Amor es el retraso milagroso 

    • Quietas, dormidas están, 
      las treinta, redondas, blancas. 
      Entre todas 
      sostienen el mundo. 
      Míralas, aquí en su sueño, 
      como nubes, 
      redondas, blancas, y dentro 
      destinos de trueno y rayo, 
      destinos de lluvia lenta,