Tú bajaste, entre todas las ráfagas del cielo: al modo de un espíritu o de un pensar, que agolpa inesperadas lágrimas en ojos insensibles, o como los latidos de un corazón amargo que debiera tener ya la paz, descendiste en cuna de borrascas; así tú despertabas, Primavera, ¡oh, nacida de mil vientos! Tan súbita te llegas, como alguna memoria de un ensueño que se ha tornado triste, pues fue dulce algún día, y como el genio o como el júbilo que eleva de la tierra, vistiendo con las doradas nubes el yermo de la vida. La estación llegó ya, y el día: esta es la hora; has de venirte cuando sale el sol, dulce hermana: ¡llega, al fin, deseada tanto tiempo, y remisa! ¡Qué lentos, cual gusanos de muerte los instantes! El punto e una estrella blanca aun tiembla, en lo hondo de esa luz amarilla del día que se agranda tras montañas de púrpura: a través de una sima de la niebla que el viento divide, el lago oscuro la refleja; se apaga; ya vuelve a rutilar al desvaírse el agua, mientras hebras ardientes de las tejidas nubes arranca el aire pálido: ¡se pierde! Y en los picos de nieve, como nubes, la luz del sol, rosada, ya tiembla. ¿No se oye la eólica música de sus plumas, de un verde marino, abanicando al alba carmesí?...
Tú bajaste, entre todas las ráfagas del cielo: al modo de un espíritu o de un pensar, que agolpa inesperadas lágrimas en ojos insensibles, o como los latidos de un corazón amargo que debiera tener ya la paz, descendiste