Eso de hablarnos de usté aunque estemos los dos solos, y que de usté a mí me digas, y yo de usté a ti te hable, tiene una gracia..., es tan nuevo, que rompe todos los moldes del 'tú por tú', tan gastado entre gente que se quiere.
Además, que, así de usté, parece que a cualquier hora, ya sea de noche o de día, somos dos desconocidos que acaban de conocerse...
-¿Quiere usté dar un paseo? -¿Qué le parece la tarde? -¿Verdá que es blanca esta rosa? -Su reló va adelantado...
Y nos queremos los dos cada vez con más locura, y nuestras vidas son ya dos ríos entrelazados... y hemos partido la luna como un pan de miga blanda, la mitad, para tu boca, la mitad, para la mía.
Llámame de usté ya siempre, porque si de tú me hablaras, romperías el encanto de esta aristocracia nueva del corazón y del beso y de la esquina imprevista...
Mi vida, que yo te sienta, muchas veces al oído, decirme, cuando esté triste: '¡Ay, cómo le quiero a usté'!
«Y me bendijo a mi mare; y me bendijo a mi mare. Diez séntimos le di a un pobre y me bendijo a mi mare. ¡Ay! qué limosna tan chiquita, qué recompensa tan grande. ¡Qué limosna tan chiquita, qué recompensa tan grande!»
va con un hombre 'la Lirio'. La tarde pone en sus ojos un barco de plata y vidrio, mientras que Cádiz se enciende a lo lejos como un cirio, en un altar encalado de torres en equilibrio.
Fue hacia la tercera luna cuando lo sintió en los centros. Estaba sobre la hierba, tumbada de cara al cielo -viendo la tarde morirse sobre sus ojos abiertos- cuando notó en la cintura como un pájaro pequeño, que aleteó por lo oscuro