El seíbo, de Rafael Obligado | Poema

    Poema en español
    El seíbo

    Yo tengo mis recuerdos asidos a tus hojas, 
    yo te aino como se ama la sombra del hogar, 
    risueño compañero del alba de mi vida, 
    seíbo esplendoroso del regio Paraná. 

    Las horas del estío pasadas a tu sombra, 
    pendiente de tus brazos mi hamaca guaraní, 
    eternas vibraciones dejaron en mi pecho, 
    tesoro de armonías que llevo al porvenir. 

    Y muchas veces, muchas, mi frente enardecida, 
    tostada por el rayo del sol meridional, 
    brumosa con la niebla de luz del pensamiento, 
    buscó bajo tu copa frescura y soledad. 

    Allí, bajo las ramas nerviosas y apartadas, 
    teniendo por doseles tus flores de carmín, 
    también su hogar aéreo suspenden los boyeros, 
    columpio predilecto del céfiro feliz. 

    Se arrojan en tus brazos, pidiéndoles apoyo, 
    mil suertes de lanas de múltiple color; 
    y abriendo victorioso tus flores carmesíes, 
    guirnalda de las islas, coronas su mansión. 

    Recuerdo aquellas ondas azules y risueñas 
    que en torno repetían las glorias de tu sien, 
    y aquellas que el pampero, sonoras y tendidas, 
    lanzaba cual un manto de espumas a tu pie. 

    Evoco aquellas tardes doradas y tranquilas, 
    cargadas de perfumes, de cantos y de amor, 
    en que los vagos sueños que duermen en el alma 
    despiertan en las notas de blanda vibración. 

    Entonces los rumores que viven en tus hojas, 
    confunden con las olas su música fugaz, 
    y se oyen de las aves los vuelos y los roces, 
    vagando entre las cintas del verde totoral. 

    ¡Momentos deliciosos de olvido, de esperanza! 
    ¡Destellos que iluminan la hermosa juventud! 
    ¡Aquí es donde se sueña la virgen prometida 
    y es lumbre de sus ojos la ráfaga de luz! 

    Amigo de la infancia, te pido de rodillas 
    que el día en que a mi amada la sirvas de dosel, 
    me des una flor tuya, la flor mejor abierta, 
    para ceñir con ella la nieve de su sien. 

    ¡Que nunca Dios me niegue tu sombra bienhechora, 
    seíbo de mis islas, señor del Paraná! 
    ¡Que pueda con mis versos dejar contigo el alma 
    viviendo de tu vida, gozando de tu paz! 

    ¡Ah! ¡Cuando nada reste de tu cantor y seas 
    su solo monumento, su pompa funeral, 
    yo sé que en la corteza de tu musgoso tronco 
    alguna mano amiga mi nombre ha de grabar!