Canción a las ruinas de Itálica, de Rodrigo Caro | Poema

    Poema en español
    Canción a las ruinas de Itálica

    Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora 
    campos de soledad, mustio collado, 
    fueron un tiempo Itálica famosa. 
    Aquí de Chipiona la vencedora 
    colonia fue; por tierra derribado 
    yace el temido honor de la espantosa 
    muralla, y lastimosa 
    reliquia es solamente 
    de su invencible gente. 
    Sólo quedan memorias funerales 
    donde erraron ya sombras de alto ejemplo 
    este llano fue plaza, allí fue templo; 
    de todo apenas quedan las señales. 
    Del gimnasio y las termas regaladas 
    leves vuelas cenizas desdichadas; 
    las torres que desprecio al aire fueron 
    a su gran pesadumbre se rindieron. 
    Este despedazado anfiteatro, 
    impío honor de los dioses, cuya afrenta 
    publica el amarillo jaramago, 
    ya reducido a trágico teatro, 
    ¡oh fábula del tiempo, representa 
    cuánta fue su grandeza y es su estrago! 

    ¿Cómo en el cerco vago 
    de su desierta arena 
    el gran pueblo no suena? 
    ¿Dónde, pues fieras hay, está, el desnudo 
    luchador? ¿Dónde está el atleta fuerte? 
    Todo desapareció, cambió la suerte 
    voces alegres en silencio mudo; 
    más aun el tiempo da en estos despojos 
    espectáculos fieros a los ojos, 
    y miran tan confusos lo presente, 
    que voces de dolor el alma siente, 
    Aquí nació aquel rayo de la guerra, 
    gran padre de la patria, honor de España, 
    pío, felices, triunfador Trajano, 
    ante quien muda se postró la tierra 
    que ve del sol la cuna y la que baña 
    el mar, también vencido, gaditano. 

    Aquí de Elio Adriano, 
    de Teodosio divino, 
    de Silo peregrino, 
    rodaron de marfil y oro las cunas; 
    aquí, ya de laurel, ya de jazmines, 
    coronados los vieron los jardines, 
    que ahora son zarzales y lagunas. 
    La casa para el César fabricada 
    ¡ay!, yace de lagartos vil morada; 
    casas, jardines, césares murieron, 
    y aun las piedras que de ellos se escribieron. 

    Fabio, si tú no lloras, pon atenta 
    la vista en luengas calles destruidas; 
    mira mármoles y arcos destrozados, 
    mira estatuas soberbias que violenta 
    Némesis derribó, yacer tendidas, 
    y ya en alto silencio sepultados 
    sus dueños celebrados. 
    Así a Troya figuro, 
    así a su antiguo muro, 
    y a ti, Roma, a quien queda el nombre apenas, 
    ¡oh patria de los dioses y los reyes! 
    Y a ti, a quien no valieron justas leyes, 
    fábrica de Minerva, sabía Atenas, 
    emulación ayer de las edades, 
    hoy cenizas, hoy vastas soledades, 
    que no os respetó el hado, no la muerte, 
    ¡ay!, ni por sabia a ti, ni a ti por fuerte. 

    Mas ¿para qué la mente se derrama 
    en buscar al dolor nuevo argumento? 
    Basta ejemplo menor, basta el presente, 
    que aún se ve el humo aquí, se ve la llama, 
    aun se oyen llantos hoy, hoy ronco acento; 
    tal genio o religión fuerza la mente 
    de la vecina gente, 
    que refiere admirada 
    que en la noche callada 
    una voz triste se oye que llorando, 
    «Cayó Itálica», dice, y lastimosa, 
    eco reclama «Itálica» en la hojosa 
    selva que se le opone, resonando 
    «Itálica», y el claro nombre oído 
    de Itálica, renuevan el gemido 
    mil sombras nobles de su gran ruina: 
    ¡tanto aún la plebe a sentimiento inclina! 

    Esta corta piedad que, agradecido 
    huésped, a tus sagrados manes debo, 
    les do y consagro, Itálica famosa. 
    Tú, si llorosa don han admitido 
    las ingratas cenizas, de que llevo 
    dulce noticia asaz, si lastimosa, 
    permíteme, piadosa 
    usura a tierno llanto, 
    que vea el cuerpo santo 
    de Geroncio, tu mártir y prelado. 
    Muestra de su sepulcro algunas señas, 
    y cavaré con lágrimas las peñas 
    que ocultan su sarcófago sagrado; 
    pero mal pido el único consuelo 
    de todo el bien que airado quitó el cielo 
    Goza en las tuyas sus reliquias bellas 
    para envidia del mundo y sus estrellas.