Es algo formidable que vio la vieja raza: robusto tronco de árbol al hombro de un campeón salvaje y aguerrido, cuya fornida maza blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.
Por casco sus cabellos, su pecho por coraza, pudiera tal guerrero, de Arauco en la región, lancero de los bosques, Nemrod que todo caza, desjarretar un toro, o estrangular un león.
Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día, le vio la tarde pálida, le vio la noche fría, y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.
«¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta. Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta», e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.
Nada mejor para cantar la vida, y aún para dar sonrisas a la muerte, que la áurea copa en donde Venus vierte la esencia azul de su viña encendida. Por respirar los perfumes de Armida
Puso el poeta en sus versos todas las perlas del mar, todo el oro de las minas, todo el marfil oriental; los diamantes de Golconda, los tesoros de Bagdad, los joyeles y preseas de los cofres de un Nabad. Pero como no tenía
La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color. La princesa está pálida en su silla de oro, está mudo el teclado de su clave de oro;
Margarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar; yo siento en el alma una alondra cantar; tu acento. Margarita, te voy a contar un cuento.
En el verde laurel que decora la frente que besaron los sueños y pulieron las horas, una hoja suscita como la luz naciente en que entreabren sus ojos de fuego las auroras;