Misterioso y silencioso 
iba una y otra vez. 
Su mirada era tan profunda 
que apenas se podía ver. 
Cuando hablaba tenía un dejo 
de timidez y de altivez. 
Y la luz de sus pensamientos 
casi siempre se veía arder. 
Era luminoso y profundo 
como era hombre de buena fe. 
Fuera pastor de mil leones 
y de corderos a la vez. 
Conduciría tempestades 
o traería un panal de miel. 
Las maravillas de la vida 
y del amor y del placer, 
cantaba en versos profundos 
cuyo secreto era de él. 
Montado en un raro Pegaso, 
un día al imposible se fue. 
Ruego por Antonio a mis dioses, 
ellos le salven siempre. Amén.
Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916) representa uno de los grandes hitos de las letras hispanas, no sólo por el carácter emblemático de algunos de sus títulos como Azul... (1888), Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905) sino por las dimensiones de renovación que impuso a la lengua española, abriendo las puertas a las influencias estéticas europeas a través de la corriente que él mismo bautizó como Modernismo. Pero como decía Octavio Paz, su obra no termina con el Modernismo: lo sobrepasa, va más allá del lenguaje de esta escuela y, en verdad, de toda escuela. Es una creación, algo que pertenece más a la historia de la poesía que a la de los estilos. Darío no es únicamente el más amplio y rico de los poetas modernistas: es uno de nuestros grandes poetas modernos, es "el príncipe de las letras castellanas".