¡Mi Sara pensativa! Reclinada tu cabeza en mi brazo, es dulce estar junto a nuestra cabaña recubierta de jazmín y de mirto (los emblemas de la inocencia y del amor reunidos) y ver los montes rebosar la luz de la tarde, reunirse lentamente y mostrar el lucero refulgente como la sabiduría. ¡Qué hermoso el aroma del campo y qué callado el mundo! El murmullo del mar lejano nos habla del silencio. Y esa humilde arpa -óyela- en su lejano estuche, acariciada por la simple brisa cual tímida doncella ante el amante es tan dulce reproche que me invita a repetir la falta. Ya sus cuerdas, suavemente tañidas, nos ofrecen oleadas de notas que recuerdan el embrujo sonoro que los elfos pronuncian por la tarde, cuando viajan con la brisa que llega de las hadas, donde la música ronda las flores salvajes como aves del paraíso ¡flotando en su ala indómita, sin pausa! ¡La vida dentro y fuera de nosotros, que anima el movimiento y es su alma, luz en sonido, sonido en la luz, ritmo en el pensamiento y alegría en todo! Cómo no amarlo todo en un mundo tan pleno, donde canta la brisa y el aire aquietado es música dormida en ese tácito instrumento. Así, mi amor, mientras al mediodía paseo por las próximas colinas con ojos entornados y contemplo la danza de la luz como diamantes, medito sosegado en el sosiego; cruzan por mi cerebro, así indolente, pensamientos que él mismo no convoca y revuelos de ociosas fantasías diversas y salvajes cual tormentas que crecen y se agitan sobre el arpa. Y ¿no serán los seres animados arpas dispuestas de diverso modo que se hacen pensamiento cuando sopla, viva y vasta, una brisa intelectual, de cada una el alma, Dios de todas? Pero tus ojos serios me suponen un sereno reproche, amada, y esos borrosos pensamientos no rechazas y me haces caminar en humildad con Dios. ¡Hija del Cristo y de su estirpe! Con sagrada razón has despreciado conceptos de una mente aún corrupta, pompas que brillan, se levantan, rompen con el rumor de una filosofía vana, ¡pues nunca podré hablar sin culpa de Él, Incomprensible! Salvo cuando con temor y con fe interior alabo a aquel cuya piedad es salvación para mí, miserable, pecador e insensato. ¡Aquel que me dio paz y a ti y esta cabaña, amada mía!
¡Mi Sara pensativa! Reclinada tu cabeza en mi brazo, es dulce estar junto a nuestra cabaña recubierta de jazmín y de mirto (los emblemas de la inocencia y del amor reunidos) y ver los montes rebosar la luz de la tarde, reunirse lentamente