El arpa eólica, de Samuel Taylor Coleridge | Poema

    Poema en español
    El arpa eólica

    ¡Mi Sara pensativa! Reclinada 
    tu cabeza en mi brazo, es dulce estar 
    junto a nuestra cabaña recubierta 
    de jazmín y de mirto (los emblemas 
    de la inocencia y del amor reunidos) 
    y ver los montes rebosar la luz 
    de la tarde, reunirse lentamente 
    y mostrar el lucero refulgente 
    como la sabiduría. ¡Qué hermoso 
    el aroma del campo y qué callado 
    el mundo! El murmullo del mar lejano 
    nos habla del silencio. 
        Y esa humilde 
    arpa -óyela- en su lejano estuche, 
    acariciada por la simple brisa 
    cual tímida doncella ante el amante 
    es tan dulce reproche que me invita 
    a repetir la falta. Ya sus cuerdas, 
    suavemente tañidas, nos ofrecen 
    oleadas de notas que recuerdan 
    el embrujo sonoro que los elfos 
    pronuncian por la tarde, cuando viajan 
    con la brisa que llega de las hadas, 
    donde la música ronda las flores 
    salvajes como aves del paraíso 
    ¡flotando en su ala indómita, sin pausa! 
    ¡La vida dentro y fuera de nosotros, 
    que anima el movimiento y es su alma, 
    luz en sonido, sonido en la luz, 
    ritmo en el pensamiento y alegría 
    en todo! Cómo no amarlo todo 
    en un mundo tan pleno, donde canta 
    la brisa y el aire aquietado es música 
    dormida en ese tácito instrumento. 
        Así, mi amor, mientras al mediodía 
    paseo por las próximas colinas 
    con ojos entornados y contemplo 
    la danza de la luz como diamantes, 
    medito sosegado en el sosiego; 
    cruzan por mi cerebro, así indolente, 
    pensamientos que él mismo no convoca 
    y revuelos de ociosas fantasías 
    diversas y salvajes cual tormentas 
    que crecen y se agitan sobre el arpa. 
    Y ¿no serán los seres animados 
    arpas dispuestas de diverso modo 
    que se hacen pensamiento cuando sopla, 
    viva y vasta, una brisa intelectual, 
    de cada una el alma, Dios de todas? 
    Pero tus ojos serios me suponen 
    un sereno reproche, amada, y esos 
    borrosos pensamientos no rechazas 
    y me haces caminar en humildad 
    con Dios. ¡Hija del Cristo y de su estirpe! 
    Con sagrada razón has despreciado 
    conceptos de una mente aún corrupta, 
    pompas que brillan, se levantan, rompen 
    con el rumor de una filosofía 
    vana, ¡pues nunca podré hablar sin culpa 
    de Él, Incomprensible! Salvo cuando 
    con temor y con fe interior alabo 
    a aquel cuya piedad es salvación 
    para mí, miserable, pecador 
    e insensato. ¡Aquel que me dio paz 
    y a ti y esta cabaña, amada mía!