Amor feliz. ¿Es normal, es serio, es útil? ¿Qué provecho tiene el mundo de dos personas que no ven el mundo?
Encumbrados mutuamente sin mérito alguno, al azar, dos entre un millón, mas convencidos que así tenía que ser −¿premio de qué? De nada. La luz surge de ninguna parte, ¿Por qué cae sobre estos y no sobre otros? ¿Ofende eso a la justicia? Pues sí. ¿Infringe las normas establecidas con esmero? ¿Derriba la moral? La daña y la derriba.
Mírenles qué felices: ¡Si disimularan al menos un poquito, si fingieran desaliento dando ánimos a los amigos! Escuchen cómo se ríen –es insultante. Qué lenguaje usan –aparentemente claro. Y esas ceremonias, y esos protocolos, sus obligaciones rebuscadas de uno para con el otro – ¡parece un complot a espaldas de la humanidad!
Hasta resulta difícil prever qué ocurriría si su ejemplo llega a propagarse.
Con qué podrían contar las religiones y la poesía, de qué se acordarían, qué olvidarían aquellos que quisieran pertenecer al círculo.
Un amor feliz. ¿Acaso es necesario? El tacto y el sentido común aconsejan no hablar de eso como si de un escándalo en las altas esferas de la Vida se tratase. Magníficos bebés nacen sin su ayuda. Jamás podría poblar la tierra, ocurre muy pocas veces.
Que aquellos que no conocen un amor feliz afirmen que no existe un amor feliz, en absoluto.
Con esa creencia les será más fácil vivir, y morir.