Cuando ya la resaca deje mi alma en la playa, y del arco agobiado de mi espalda se vaya el ala cercenada, cual vela desafiante, en cicatriz y estela prolongará el instante.
Quedarán vigilando, símbolo intrascendente, dos pobres ojos pródigos y una mendiga frente. ¡Catacumba de agua, amor! ¡No me conoces! Ni nadie nos conoce. Sólo hay fugaces roces, desencuentros, en la prieta mudez de encrucijadas.
Expían su demora presencias nunca halladas. No son cruz ya los brazos ni altar para holocausto de salvajes ternuras. Con su claror exhausto, un sol desalentado ahonda los abismos. Somos polvo y lucero, todo en nosotros mismos. Para esta elemental ceniza taciturna sea la inmensa lágrima del Mar celeste urna.
Cuando ya la resaca deje mi alma en la playa, y del arco agobiado de mi espalda se vaya el ala cercenada, cual vela desafiante, en cicatriz y estela prolongará el instante.