Habla más suave: eres mayor que aquel 
que fuiste tanto tiempo; eres mayor 
que tú mismo y sigues sin saber 
qué es la ausencia, el oro, la poesía. 
El agua sucia anegó la calle; una tormenta breve 
sacudió esta ciudad plana, adormecida. 
Cada tormenta es un adiós, cientos de fotógrafos 
parecen sobrevolarnos, inmortalizar con flash 
segundos de miedo y pánico. 
Sabes qué es el duelo, la desesperación 
violenta que ahoga el ritmo cardiaco y el futuro. 
Entre extraños llorabas, en un moderno almacén 
donde el dinero, ágil, sin cesar, circulaba. 
Has visto Venecia, y Siena, y en los lienzos, en la calle, 
jovencísimas, tristes Madonnas que ansiaban ser 
muchachas normales y bailar en carnaval. 
Has visto incluso pequeñas urbes, nada bonitas, 
gente vieja extenuada por el sufrimiento y el tiempo. 
Ojos de santos morenos brillando en iconos 
medievales, ojos ardientes de bestias salvajes. 
Entre los dedos cogías guijarros de la playa La Galere, 
y de pronto sentías por ellos una inmensa ternura, 
por ellos y por el pino frágil, por todos los que allí 
estuvieron contigo y por el mar, 
que aunque potente, es tan solitario. 
Una ternura inmensa, como si fuésemos huérfanos 
de la misma casa, para siempre apartados los unos de los otros, 
condenados a breves momentos de visitas 
en las frías cárceles de la actualidad. 
Habla más suave: ya no eres joven, 
el éxtasis ha de pactar con semanas de ayuno, 
has de elegir y abandonar, dar largas 
y hablar extensamente con embajadores de secos países 
y labios cuarteados, has de esperar, 
escribir cartas, leer libros de quinientas páginas. 
Habla más suave. No abandones la poesía.