Antología, plagio a un novísimo famosísimo, de Álvaro Sarró | Poema

    Poema en español
    Antología, plagio a un novísimo famosísimo

    Las fábricas de leche están bien jodidas.
    El Gobierno vacila y los agricultores se forran.
    Recordad, el pillaje sólo ha de ejercerse cuando se hayan agotado todas las vías diplomáticas.

    'Lo siento, caballero, pero no tenemos a Bécquer... No sé yo si usted me entiende, cacho hijoputa'.
    'En efecto. El ideal romántico lo encarna el viajero carente de meta'.

    Si aprietas la nuca
    con chiribitas en los ojos,
    hallarás enseguida
    merecido descanso.

    La luz no era naranja,
    la luz no era dorada,
    la luz no era amarilla,
    era imposible afinar la mirada.

    ¿Me guardaré de la hora de la prueba?

    Pico de cartón, antaño brillabas, de barniz, de nácar, de color saturado.
    Hoy: machacado, perdido, ajeno al rotar de los planetas.
    Algo tendrás para mantenerte en la cima.

    Menuda postura.
    La del autor jovenzuelo, tan ególatra y estúpido como para leerse en los límites de su pandemónium neuronal.

    Ahora mismo pienso en un galán del siglo francés de las pelucas, corriendo sin chaqué sobre los estanques del viejo Versalles.
    Versalles con olor a riego.

    Mientras, el perro ladraba.
    Y yo le oía.
    Y no paraba.
    Ladraba y ladraba.

    Nadie se acerca.
    Las fauces aún se ensañan con la mano que acaricia.
    No vaya usted a contrariarlas.

    La última muela quiere masticar la caries,
    y luego digerirla para cagarla.

    Y he aquí que hubo un gran terremoto; el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre.

    Entretanto,
    la calle era un bosque.

    • La chusta humea a pocos metros, junto a la mierda fresca de un perro-patada.
      A. debe de estar al caer.
      Nos recogerá en un C4 rojo con corazones pintados en los empañados cristales.
      Ya habrá dejado a su satisfecha novia en casa.
      (Más me vale).

    • Los recuerdos atribulan, aunque no sólo.
      Los dolorosos cuesta sacárselos de la cabeza.
      Con tiempo y esfuerzo pueden sepultarse, malamente, pero siempre hay algo que los hace aflorar.
      Y desgarran muchas facetas, muy adentro.
      Los felices son aún peores.