El jefe jefazo tiene cara de mala hostia. Lleva el pelo de oreja a oreja, como lamido por un choto. Camisa azul, por dentro del pantalón, como sujeción para su barriga colgandera. Es aficionado a las broncas, a los improperios, a ver despegar de sus labios múltiples proyectiles salivosos. ¡Qué vigor! ¡Qué poderío! ¡Qué derroche! Forma orgullosa parte del Opus Dei. Sale de su despacho, todas las mañanas, para asistir a misa. O irse de putas, que las malas lenguas, ya se sabe. Aunque en su periódico, ni una tía ligera de ropa. > La ley no escrita, la decencia, el no-morbo. Eso sí, los niños masacrados por bombas sirias o americanas siempre tendrán cabida en nuestro sitio web. > Las visitas, las visitas, las visitas. Cosas de la comunicación de masas.
El jefe jefazo es un visionario, un auténtico emprendedor, un orgullo para la clase periodística de nuestro (vuestro) país. No entiendo por qué el noventa y cinco por ciento de sus empleados disfrutaría golpeándolo hasta la muerte.
El jefe jefazo tiene cara de mala hostia. Lleva el pelo de oreja a oreja, como lamido por un choto. Camisa azul, por dentro del pantalón, como sujeción para su barriga colgandera.
Te dicen que abras un blog. Que pienses en el lector medio. Que te asocies con una editorial online. Que compres el servicio de maquetación y de diseño de cubierta. Que spamees a tus contactos del Facebook. Que se lo cuentes al vecino.
La chusta humea a pocos metros, junto a la mierda fresca de un perro-patada. A. debe de estar al caer. Nos recogerá en un C4 rojo con corazones pintados en los empañados cristales. Ya habrá dejado a su satisfecha novia en casa. (Más me vale).