Le di un vaso de ron Yacaré a la indigente borracha.
Piel fina, ajada.
(Como un contrato de principios del siglo XX).
Pómulos puntiagudos.
Labios resecos.
Cara de infinita tristeza.
No fui el buen samaritano de la semana.
Me consuelo esforzándome en creer que aquellos mililitros de alcohol destilado infundieron un poco de calor en su maltrecho cuerpo.
O que, al menos, le ayudaron a olvidar, durante un momento, que su colchón olía a meados y que el hambre acuchillaba su estómago 24/7.