Me quedo frito sobre la colcha.
Noche tras noche.
Un calcetín cuelga del pie.
El otro está en el suelo.
La babilla empapa, paulatinamente, la almohada.
El flexo sigue encendido.
Mi madre suele decir que el día menos pensado saldré ardiendo.
Pero no puedo evitarlo.
Los prologuistas de Cátedra son —por lo general— tan cultos como soporíferos.
Genios de la hipnosis.