Despierto aturdido entre sábanas sudadas. Las siestas de más de dos horas te vapulean así. Ella ronca débilmente a mi espalda. Sus largos brazos me rodean.
Ya en la ducha, el vaho curativo alivia mi espíritu. El ángel de ojos enormes agita mi miembro hasta la descarga. Enjabono sus pechos, amasándolos con suavidad. Su cuerpo desnudo: el número de oro.
Su boca insufla vida.
Ahora estoy tirado en el porche. Sobre un sillón hinchable que huele a goma nueva. La temperatura es ideal. Escucho 'It\'s Sugar, baby!'. Desmenuzo cacahuetes. La sal se apelmaza en mi labio superior. Me relamo, gustoso. Anoto chorradas en mi libreta. Ella trae un botellín de Mahou Cinco Estrellas. Muy, muy fresquito. El mejor remedio contra la resaca.
Me hubiera gustado escribir la continuación de la historia de la hiedra moribunda. De verdad. Pero ha sido reemplazada por una rolliza planta de Aloe Vera.
Masticamos embutidos burgaleses frente a la Torre de Londres. Mientras un par de gaviotas defecan sobre los inmortales leones. Y una miríada de japoneses inmoviliza el instante.