Me vacío con ojos borrosos.
En el minúsculo cuarto de baño de hombres hay también una rubia despampanante.
Treinta y pocos gloriosos años.
Su pelo me roza la cara.
'Oye, estás tardando mucho, ¿no?'.
Huele a cerveza, marihuana y sudor.
Y vestigios de un sensual perfume.
Respondo sin girarme.
'Están las cosas muy malas'.
Su novio, calvo y fornido, observa desde la puerta.
A medio paso de nosotros.
Parece estar pasándolo bien, bien.
'¡Qué joven y qué alto eres, macho!', me dice.
Sonrío y me encojo de hombros.
La rubia se asoma por encima de mi hombro, para ver cómo voy.
Sus pezones se clavan en mi espalda a través del vestido.
Me empalmaría si no estuviese tan borracho.
Termino.
Me lavo las manos.
El novio de la rubia me mira como a un hijo.
Como al sobrino predilecto.
'Tú vas a llegar lejos'.
Vuelvo a sonreír, descoordinadamente.
'Eso espero'.
Y salgo en busca de más sangría.