Apocalíptica, de Amado Nervo | Poema

    Poema en español
    Apocalíptica

    Y juró por el que vive en los siglos de  
    los siglos, que no habrá más tiempo... 

     
      
    I           



    Y vi las sombras de los que fueron,   
    en sus sepulcros, y así clamaron:   
    «¡Ay, de los vientres que concibieron!  
    ¡Ay, de los senos que amamantaron!»   



    II           



    «La noche asperja los cielos de oro;   
    mas cada estrella del negro manto   
    es una gota de nuestro lloro...    
    ¿Verdad que hay muchas? ¡Lloramos tanto...!» 



    III           



    «¡Ay, de los seres que se quisieron   
    y en mala hora nos engendraron!    
    ¡Ay, de los vientres que concibieron!  
    ¡Ay, de los senos que amamantaron!»   



    IV           



    Huí angustiado, lleno de horrores;   
    pero la turba conmigo huía,     
    y con sollozos desgarradores     
    su ritornello feroz seguía.     



    V           



    «¡Ay, de los seres que se quisieron   
    Y en mala hora nos engendraron!    
    ¡Ay, de los vientres que concibieron!  
    ¡Ay, de los senos que amamantaron!»   



    VI           



    Y he aquí los astros - ¡chispas de fraguas 
    del viejo cosmos! - que descendían   
    Y, al apagarse sobre las aguas,    
    en hiel y absintio las convertían.   



    VII           



    Y a los fantasmas su voz unieron    
    los Siete Truenos; estremecieron    
    el Infinito y así clamaron:     
    «¡Ay, de los vientres que concibieron!  
    ¡Ay, de los senos que amamantaron!» 

    Amado Ruiz de Nervo Ordaz (1867-18709), fue un poeta y escritor mexicano, perteneciente al movimiento modernista. Fue miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua, no pudo ser miembro de número por residir en el extranjero. Poeta, autor también de novelas y ensayos, al que se encasilla habitualmente como modernista por su estilo y su época, clasificación frecuentemente matizada por incompatible con el misticismo y tristeza del poeta, sobre todo en sus últimas obras, acudiéndose entonces a combinaciones más complejas de palabras terminadas en "-ismo", que intenta reflejar sentimiento religioso y melancolía, progresivo abandono de artificios técnicos, incluso de la rima, y elegancia en ritmos y cadencias como atributos del estilo de Nervo. El sonoro nombre de Amado Nervo, frecuentemente tomado por seudónimo, era en realidad el que le habían dado al nacer, tras la decisión de su padre de simplificar su verdadero apellido, Ruiz de Nervo. Él mismo bromeó alguna vez sobre la influencia en su éxito de un nombre tan adecuado a un poeta.

    • Yo ya me despedía.... y palpitante 
      cerca mi labio de tus labios rojos, 
      «Hasta mañana», susurraste; 
      yo te miré a los ojos un instante 
      y tú cerraste sin pensar los ojos 
      y te di el primer beso: alcé la frente 
      iluminado por mi dicha cierta. 

    • Yo soy un alma pensativa. ¿Sabes 
      lo que es un alma pensativa? — Triste, 
      pero con esa fría 
      melancolía 
      de las suaves 
      diafanidades. Todo lo que existe, 
      cuando es diáfano, es sereno y triste. 
      — ¡Sabino peregrino 
      que contempla en las vivas 

    • ¡Si una espina me hiere, me aparto de la espina, 
      ...pero no la aborrezco! Cuando la mezquindad 
      envidiosa en mí clava los dardos de su inquina, 
      esquívase en silencio mi planta, y se encamina, 
      hacia más puro ambiente de amor y caridad. 

    • ¿Versos autobiográficos? Ahí están mis canciones, 
      allí están mis poemas: yo, como las naciones 
      venturosas, y a ejemplo de la mujer honrada, 
      no tengo historia: nunca me ha sucedido nada, 
      ¡oh, noble amiga ignota!, que pudiera contarte. 

    • ¡Yo lo que tengo, amigo, es un profundo 
      deseo de dormir!... ¿Sabes?: el sueño 
      es un estado de divinidad. 
      El que duerme es un dios... Yo lo que tengo, 
      amigo, es gran deseo de dormir. 

    • Todo en ella encantaba, todo en ella atraía 
      su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar... 
      El ingenio de Francia de su boca fluía. 
      Era llena de gracia, como el Avemaría. 
      ¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar! 

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