Yo nací allí:
allí donde el verdor primaveral
oscurece el color del rosal
y la noche entra callada
por las puertas falsas del bosque.
Nací allí chiquitín,
en una isla, sí,
del trineo mañanero,
en zumbidos de la tumba ronca;
rodeado de helechos verdes
en un lecho platanero.
Allí donde se alegra el sol,
y la luna enfría las noches
negras del cielo tropical;
allí donde los niños encharcan,
al molde, la tierra ecuatorial.
Nací allí, entre cantos
y fuentes de lágrimas;
entre ofidios inocentes
y paquidermos corpulentos,
en la frescura mansa de la selva.
Yo nací en ese pueblo
esculpido de ébano,
y rodeado de lagos misteriosos;
en la sombra de un árbol carposo,
vertí mi lágrima tierna.
Broté exuberante
en el misterio de tus máscaras
que guardan tu grandeza,
en la ternura de tus entrañas;
y sonreí, porque nací allí .
recogido entre pieles.
Unas manos negras y temblantes,
recogieron mi pequeñez en el silencio;
unos pechos humildes y palpitantes,
abrazaron el capullo de un amor,
mientras una antorcha lucía
y acariciaba mi rostro anónimo.
Entonces del más viejo recibí
la lanza combatiente y herí,
por la sangre de la tradición,
el triunfo de la opresión
con un suspiro sellado.
Unas mujeres entonaron
la danza que abrió mis ojos húmedos;
el canto que corearon las cascadas,
entre ríos y pantanos heroicos;
me abarcaron los bosques habitados,
y África me llamó el Sol.
No le niegues a la flor,
que abonó tu calor,
si te clama en fervor;
no le niegues posar
sobre la tierra que regué
con mi ternura al nacer;
y yo te hablaré en tu corazón.