Te recuerdo callando entre mujeres
mientras tu Juan, ya huésped de la caja,
aguardaba los puentes de la tierra.
Para ignorar, hay que vivir.
Las manos ya se niegan
al testimonio de los días
y las noches paradas.
Maduras
pero todavía no asoman,
amargos, los gajos abiertos
que oculta tu temor.
Aún no ignoras bastante.
Temes el vuelo de ese pájaro
obstinado.
¿Transcurren, pues, las estaciones
o eres tú, tan absorto, el tiempo?
Sabes ya que la lluvia
no importa, que nada vale el plazo
de la espera. Lo sabes
e ignorar es el alimento
del hombre -el de esta brisa
que no se sabe aire.
Te recuerdo callando entre mujeres
mientras tu Juan, ya huésped de la caja,
aguardaba los puentes de la tierra.
Cuando te quedas solo, eres espejo
de lo que fuiste:
una mañana
contemplada desde el balcón
entornado; unos pasos
armoniosos que no has seguido
para no derramar tu gozo;
unas cuantas palabras
que te cambiaron más que el tiempo;
Para ignorar, hay que vivir.
Las manos ya se niegan
al testimonio de los días
y las noches paradas.