Para ignorar, hay que vivir. Las manos ya se niegan al testimonio de los días y las noches paradas.
Maduras pero todavía no asoman, amargos, los gajos abiertos que oculta tu temor. Aún no ignoras bastante. Temes el vuelo de ese pájaro obstinado. ¿Transcurren, pues, las estaciones o eres tú, tan absorto, el tiempo?
Sabes ya que la lluvia no importa, que nada vale el plazo de la espera. Lo sabes e ignorar es el alimento del hombre -el de esta brisa que no se sabe aire.
Cuando te quedas solo, eres espejo de lo que fuiste: una mañana contemplada desde el balcón entornado; unos pasos armoniosos que no has seguido para no derramar tu gozo; unas cuantas palabras que te cambiaron más que el tiempo;