Tu represión de niña emancipada te hace empuñar con asco amortiguado la boquilla del rubio que apresuras en consumir para quemar el tiempo de la espera -la pantera se aburre en el acecho a cuestas con su espléndido pelaje- para llenar las tardes de volutas como tejía Penélope la ausencia de su hombre el mal presagio SINTIENDO ESE PLACER DEL HUMO EMBRIAGADOR QUE ACABA POR PRENDER LA LLAMA ARDIENTE DEL AMOR para acabar volviendo con una arruga más en el anzuelo a tu tiniebla íntima -te agarras a la almohada- superpoblada de hojas amarillas (nadie viene a quemarlas a incendiar el cuarto de los trastes abrumado de irremediables juanas de arco a edulcorar tus ganas de salirte de madre de que salten las lunas del asediante armario)
y no divisas moscas -como último recurso- dispuestas a quedar presas de patas en la miel cenagosa de tu rimmel.
Tu represión de niña emancipada te hace empuñar con asco amortiguado la boquilla del rubio que apresuras en consumir para quemar el tiempo de la espera -la pantera se aburre en el acecho a cuestas con su espléndido pelaje-
La rosaleda del chalé mantiene relaciones cordiales con la baja maleza del camino Esto bastaba para hacer una fábula, un cuento edificante sobre la abolición de las barreras sociales por amor. Añadiríamos que una abeja dorada es la correveidile