Enamórate
de lo que no tiene forma. Mira a tu alrededor:
el palmeral de las columnas.
En algún lugar del bosque de tu vida
estás perdido.
Sólo te tienes a ti
y a tu corazón palpitando.
Te detienes, estás quieto.
Sólo cuando el cuerpo
permanece en pie
es noble visto desde arriba.
Estás quieto y todo en torno
a ti gira.
Dios es este bosque de columnas
que no cesa.
Que hace rumor de su propio extravío.
Dios, como tú, está quieto.
Tan quieto que, mirado,
causa vértigo.
Igual que estas columnas y estas arcadas,
que no tienen principio ni fin.
Estás perdido, pero navegas
por el sensorio de Dios.
Pisando la quibla
a un lado y otro tuyo
se abre la marea celeste.
Empiezas a estar en el centro
cuando la ebriedad de lo infinito
despierta en ti y suavemente te acomete.
Enamórate de lo que no tiene forma.
Perdiéndote en la geometría de Dios
encuentras que toda recta
confluye en un punto
que se curva y que vuelve.
Dios se siente en el mihrab.
Es un rumor bajo la cúpula.
Es un espejo de mármol
que te mira y está vivo.
Te enamorarás
de lo que no tiene forma.