He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas; he navegado en cien mares, y atracado en cien riberas. En todas partes he visto caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño que miran, callan, y piensan que saben, porque no beben el vino de las tabernas.
Mala gente que camina y va apestando la tierra...
Y en todas partes he visto gentes que danzan o juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio, preguntan a dónde llegan. Cuando caminan, cabalgan a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta. Donde hay vino, beben vino; donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan bajo la tierra.
Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte! Medrosas tiritan tus hojas menguadas. Naranjo en la corte, qué pena da verte con tus naranjitas secas y arrugadas.
Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!, que una fontana fluía dentro de mi corazón. Di, ¿por qué acequia escondida, agua, vienes hasta mí, manantial de nueva vida de donde nunca bebí?
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Heme aquí ya, profesor de lenguas vivas (ayer maestro de gay-saber, aprendiz de ruiseñor), en un pueblo húmedo y frío, destartalado y sombrío, entre andaluz y manchego.