La niña pálida, de Arístides Pongilioni | Poema

    Poema en español
    La niña pálida

    ¿Si, cual tus rasgados ojos, 
    es negra tu cabellera, 
    si la sonrisa del ángel 
    vaga en tu boca pequeña, 
    si el cuello tienes del cisne 
    y el tallo de la palmera, 
    qué pides, qué pides, niña 
    para parecer más bella? 

    Lo sé; envidias a la rosa 
    el puro color que ostenta, 
    y que a tus blancas mejillas 
    negó la naturaleza. 
    Si en la luna veneciana 
    tu bello rostro contemplas, 
    piensas con enojo, niña, 
    que la palidez lo afea. 
    La palidez que en mi alma 
    grata sensación despierta 
    de vaga melancolía 
    y de inefable tristeza. 
    Esa palidez, hermosa, 
    que es del sentimiento emblema, 
    y que el pensamiento imprime 
    en la frente del poeta. 

    Pálida vierte la aurora 
    lluvia de aljófar y perlas, 
    pálida la casta luna 
    del cenit se enseñorea. 
    Pálidos dan su fragancia 
    al aura de primavera 
    el jazmín de hojas menudas 
    y la cándida azucena. 
    Pálida en concha de nácar 
    brilla transparente perla, 
    y, en el azul firmamento, 
    las tembladoras estrellas. 

    Ese color da a tu rostro 
    melancólica belleza, 
    templa a tus ojos el fuego 
    y de languidez los vela; 
    incitadora frescura 
    a tus rojos labios presta, 
    que un clavel que abre su cáliz 
    sobre la nieve semejan, 
    y da a tu cándida frente 
    la aureola de pureza 
    con que el pincel de Murillo 
    a los ángeles rodea. 

    Muchas veces, al mirarte, 
    triste, pálida y ¡tan bella! 
    con negro, flotante velo, 
    que a merced del aura ondea, 
    por los rayos de la luna 
    en ondas de luz envuelta, 
    te creí genio nocturno, 
    vagando por la ribera. 
    Y cuando, inmóvil, las olas 
    vías morir en la arena, 
    blanca estatua de alabastro 
    que un rayo divino espera, 
    que el espíritu de vida 
    en su bella forma encienda. 

    Por eso te amé, por eso 
    eres luz de mi existencia, 
    y al mirarte al lado mío, 
    triste, pálida y... ¡tan bella! 
    veo en ti... la musa del llanto 
    que me inspira mis endechas.