En un álbum, de Arístides Pongilioni | Poema

    Poema en español
    En un álbum

    Como, tal vez, en los 
    ruinosos muros 
    de antiguo monumento, 
    recuerdo del poder, de la hermosura, 
    de la virtud o el genio, 
    su cifra graba, con ardiente mano, 
    atónito el viajero, 
    para que, más allá de su sepulcro, 
    halle en la tierra un eco; 

    ¡Así en tu libro, donde tantos otros, 
    mi oscuro nombre dejo, 
    para que eterno brille entre sus hojas 
    y oculto su recuerdo 
    y plegue a Dios que siempre, cuando fijes 
    en él tus ojos bellos, 
    sonrían tus labios, evocando pura 
    memoria de amistad tu pensamiento! 



    ******** 



    Mi pecho enciende en misterioso fuego 
    plácida imagen, que en mi mente vaga; 
    nombre, más dulce que la miel hiblea, 
    vibra en mi alma. 

    Do quiera tiendo la mirada ansiosa, 
    do quiera leve murmullo se levanta, 
    sueño de amor, la imagen me aparece, 
    y escucho esa palabra. 

    ¿Nunca en sus alas la llevó a tu oído 
    la brisa el penetrar por tu ventana? 
    Es que en mis labios sin sonido flota, 
    y espira en mi garganta. 

    Pero si un punto de tus negros ojos 
    brilla en los míos celestial mirada, 
    ellos dirán en su lenguaje mudo 
    lo que mis labios callan. 

    ¡Mírame! busca en mi semblante triste 
    ese secreto que mi pecho guarda, 
    y dime, ¡ah! ¡dime que alentar me es dado 
    siquiera una esperanza! 

    Tiñe el rubor con sonrosadas tintas 
    tus mejillas de nácar, 
    como los tibios rayos de la aurora 
    las nubecillas blancas. 

    Tiembla en el fondo de tus negros ojos 
    húmeda tu mirada, 
    como en el seno de las aguas tiembla 
    estrella solitaria. 

    Alza y deprime tu nevado seno 
    agitación extraña, 
    cual de la blanca tórtola en el nido 
    miro agitarse el ala. 

    Y, al peso de ignorado pensamiento, 
    doblas la frente cándida, 
    como el lirio, que inclina su corola 
    al beso de las auras. 

    Y de las flores con inquieta mano, 
    hoja tras hoja arrancas, 
    y alzas a mí los ojos un instante, 
    quieres hablar... ¡y callas! 

    ¡Ah! si al poeta concedió el Eterno 
    la inspiración, que a descifrar alcanza 
    ese confuso y vago y misterioso 
    lenguaje de las almas; 

    Si veo tu rostro, que el rubor colora, 
    si veo tu frente, que en silencio bajas, 
    ¿a qué, luz de mis ojos, alma mía, 
    pregunto si me amas? 

    Madrid.