La tardecita, de Arturo Carrera | Poema

    Poema en español
    La tardecita

    Se acerca la primavera, 

    Marcia me odia, tanto 
    como yo amo a Lesbia, y 
    Catulo la amaba... 

    Ella dice que es obscena 
    la manera de referirme a mis amigos; 
    que soy, en resumidas cuentas de collar, 
    una máscara ya obscena y amenamente 
    indeseable 

    Una máscara del teatro de la infelicidad. 

    Pero estamos en el campo. 

    El sol alto y tardío. 
    El sexo en los cogollos del almendro. 
    La luna por despuntar... 

    ...el durazno japonés relampagueante, 
    brillante rosado como nunca ví. Vacío, 

    vacío vertiginoso como tu voz brillante 
    contra el viento iluminado y el infierno musical 
    de tus estupideces. 

    Tu voz brillante. Tu voz ¡poética! 

    ¿Recuerdas que dijiste que la prioridad del artista 
    estaba en hacerse reventar por los chongos 
    de Floresta y después “narrarlo” mientras 
    se posa, ante un pintor, como una mariposa 
    americana? 

    El cielo es una lámina que finge un color, 
    una desgracia, unos dibujos maravillosos para el feliz 

    embaucamiento de unos niños que involuntariamente 
    suspenden la credulidad; coléricos. 

    Oh poeta, 
    el pequeño vestigio de una tormenta atormentadora 
    te alimenta con su rayo 

    Te arrimás a los pies de un fulgor que quema como aquel 
    caballo blanco que veo, ahora, pegado a su destello 

    Estúpido caballo criollo del lenguaje. 

    Una mujer entrevé tu Vacío en su boca estrepitosa 

    Oh inebriante perrito faldero 
    llorando aún por la pérdida de su mamá 
    en las letrinas de Roma en una época cruel, en una época 
    de niños Heligábalos tan putos como él, 
    tan degenerados superiores como él. ¿Debí decir que 
    citaba a Pessoa (mucho más, mucho más inteligente que 
    yo. Más claro y menos oscuro en las razones de la amistad 
    obscena con la tierra y el aire y el sol y la eternidad)? 

    ¿se acerca la primavera? 

    Sí, se acerca la revolución 
    de las florecillas de la amable locura 
    con sus sospechas escarlatas, con su Rimbaud, con sus 
    mejores mujeres y sus lolitas en flor también 
    a la sombra de un despertar anaranjado del verano 
    en medio de cada insoportable estación. 

    De todas maneras, 
    una carcajada embrujada por la dicha “engama” los 
    colores; 
    unas manos frágiles precipitan la luz que sostiene 
    las formas de unas serranías y unos árboles amarillos, 

    ¿Vendrá? 

    Todas las formas en todas las formas y la cabeza en la 
    pica de la certidumbre, 

    la angustiosa serenidad momentánea de la certidumbre, 

    Una cierta sombra en las fantasías del amor. Unas 
    sombrías 

    siluetas en la cabeza abigarrada y pulsante, 
    la cabeza, la cabeza del amante 

    sea quien sea. La primavera. 
    El cielo como una lámpara en la mesita de luz y 
    el día como una noche dispuesta para el obsceno Dolor 
    y siempre unos niños bailando en un claro de mi sangre: 
    un arco iris del deseo en mis venas. 

    El cuerpo estratificado en el lecho ácido del pino, 
    las semillas turgentes bajo sus madres arraigadas; 
    el silbo de unas perdices mientras avanzo hacia la casa 
    cerrada y el galgo y las tunas mordidas por los toros. 

    El secreto en el aura de Alicia, la casera, que espanta 
    las vacas con su Citroën amarillo y sus alaridos 
    expertos. 

    El celo. Tres rojas muchachas y yo. El celo sereno, 
    el celo en la cabellera solar de la mujer 

    ¿El hombre de mármol 
    quejumbroso? 

    ¿Vendrá? 

    Todas las parteras oirían su nacimiento 
    si se decidiera a verse nacer, 
    estímulo de la pintura. Estímulo de las 
    estéticas anarquistas de la pasión... 
    Confuso esclavo de la maldad evaporando en la sombra 
    toda la Literatura y todo el Mal. 

    -Pero no pronuncies esa palabra obscena, por favor, 
    Arturito... 

    Ni dispongas puntos suspensivos donde políticamente 
    no hay suspenso. 
    Estamos en el campo y aquí me quedaría hasta ver 
    amanecer y que la vaca me dé la teta con sus innumerables 
    pezones... 

    Terco poeta como la luna en el agua que se agita, 
    el día se agita como yo. 
    Estamos en el campo. 

    -¿Qué somos? 
    -A-mi-gui-tos... 

    Sonrisa en el coral de las sonrisas que miradas 
    difícilmente se disuelven en el aire obsceno. 
    Obsceno el tacto del pico de los patos. 
    Obscena la algarabía de la quietud. 
    Obscena la tarde con sus mates lavados. 
    Obscena la invitación a la pintura en caballete. 
    Obsceno el caballete en el desván del campo. 

    Obsceno el diálogo más que el monólogo y más obsceno 
    que este coloquio entre perros de interior... 

    Obscena la mirada a la leña y el hacha, 
    obsceno el conejo con sus orejas enterradas en el barro; 
    obsceno el juego de repetir 
    la hartura de la pintura... 
    Del campo. 

    ¿Vendrá? 

    Su caballito volvió solo al lugar 

    Espacio perfumado 
    no importa con qué 
    Estiércol de la atención humeante y perfumada 

    La mirada bosta circular de las vacas 
    como un cráter lunar en el aire 
    en el verde del aire-césped 

    Sangre en la pared. 

    Sangre en la nariz de la niñita que sale del agua, 

    Sangre escondida en los hilillos equidistantes 
    de las venas poéticas 

    Y es todo lo que no nos debería faltar.