Imaginé mi horror por un momento que Dios, el solo vivo, no existiera, o que, existiendo, sólo consistiera en tierra, en agua, en fuego, en sombra, en viento.
Y que la muerte, oh estremecimiento, fuese el hueco sin luz de una escalera, un colosal vacío que se hundiera en un silencio desolado, liento.
Entonces ¿para qué vivir, oh hijos de madre, a qué vidrieras, crucifijos y todo lo demás? Basta la muerte.
Basta. Termina, oh Dios, de maltratarnos. O si no, déjanos precipitarnos sobre Ti —ronco río que revierte.
Porque vivir se ha puesto al rojo vivo. (Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.) Digo vivir, vivir como si nada hubiese de quedar de lo que escribo.
Imaginé mi horror por un momento que Dios, el solo vivo, no existiera, o que, existiendo, sólo consistiera en tierra, en agua, en fuego, en sombra, en viento.
Quiero encontrar, ando buscando la causa del sufrimiento. La causa a secas del sufrimiento a veces mojado en sangre, en lágrimas, y en seco muchas más. La causa de las causas de las cosas horribles que nos pasan a los hombres.
Entre enfermedades y catástrofes entre torres turbias y sangre entre los labios así te veo así te encuentro mi pequeña paloma desguarnecida entre embarcaciones con los párpados entornados entre nieve y relámpago