Cuando tu cuerpo es nieve perdida en un olvido deshelado, y el aire no se atreve a moverse por miedo a lo olvidado; y el mar, cuando se mueve e inventa otra postura, es sólo por sentirse de este lado más ágil de recuerdos y amargura.
Cuando es ya nieve pura, y tu alma señal de haber llorado, y entre cartas y besos amarillos suspiras porque, al verlas, no te serán ya ésos más que -pendientes de los ojos- perlas; y las rosas ilesos, y los blancos sin roce, entre cintas desnudas, enterradas, reavivan el goce triste de ver ya frías, desamadas, las prendas y el amor que aún las conoce.
Entonces a mí puedes venir, llegar, oh, pluma que deriva por los aires más solos: yo tenderé y tiraré hacia arriba, altos sueños, mis redes, para que eterna, si antes fugitiva, entre mis alas, no en mis brazos, quedes.
Cuando el llanto, partido en dos mitades, cuelga, sombríamente, de las manos, y el viento, vengador, viene y va, estira el corazón, ensancha el desamparo.
Cuando tu cuerpo es nieve perdida en un olvido deshelado, y el aire no se atreve a moverse por miedo a lo olvidado; y el mar, cuando se mueve e inventa otra postura, es sólo por sentirse de este lado más ágil de recuerdos y amargura.