Cuando tu cuerpo es nieve perdida en un olvido deshelado, y el aire no se atreve a moverse por miedo a lo olvidado; y el mar, cuando se mueve e inventa otra postura, es sólo por sentirse de este lado más ágil de recuerdos y amargura.
Cuando es ya nieve pura, y tu alma señal de haber llorado, y entre cartas y besos amarillos suspiras porque, al verlas, no te serán ya ésos más que -pendientes de los ojos- perlas; y las rosas ilesos, y los blancos sin roce, entre cintas desnudas, enterradas, reavivan el goce triste de ver ya frías, desamadas, las prendas y el amor que aún las conoce.
Entonces a mí puedes venir, llegar, oh, pluma que deriva por los aires más solos: yo tenderé y tiraré hacia arriba, altos sueños, mis redes, para que eterna, si antes fugitiva, entre mis alas, no en mis brazos, quedes.
No más patrias, por favor, no más banderas. No más sangre alimentando mercaderes. No más historias falseadas por el rencor de los mediocres. No más futuros inventados por los fabricantes de Caínes. No más batallas asesinas
Si algo me gusta, es vivir. Ver mi cuerpo en la calle, hablar contigo como un camarada, mirar escaparates y, sobre todo, sonreír de lejos a los árboles…
Aquí tenéis mi voz alzada contra el cielo de los dioses absurdos, mi voz apedreando las puertas de la muerte con cantos que son duras verdades como puños.
Escribo en defensa del reino del hombre y su justicia. Pido la paz y la palabra. He dicho «silencio», «sombra», «vacío» etcétera. Digo «del hombre y su justicia», «océano pacífico», lo que me dejan. Pido