Mademoiselle Isabel, rubia y francesa, con un mirlo debajo de la piel, no sé si aquél o ésta, oh mademoiselle Isabel, canta en él o si él en esa.
Princesa de mi infancia; tú, princesa promesa, con dos senos de clavel; yo, le livre, le crayon, le...le..., oh Isabel, Isabel!e..., tu jardín tiembla en la mesa.
De noche, te alisabas los cabellos, yo me dormía, meditando en ellos y en tu cuerpo de rosa: mariposa
rosa y blanca, velada con un velo. Volada para siempre de mi rosa -mademoiselle Isabel- y de mi cielo.
No más patrias, por favor, no más banderas. No más sangre alimentando mercaderes. No más historias falseadas por el rencor de los mediocres. No más futuros inventados por los fabricantes de Caínes. No más batallas asesinas
Si algo me gusta, es vivir. Ver mi cuerpo en la calle, hablar contigo como un camarada, mirar escaparates y, sobre todo, sonreír de lejos a los árboles…
Aquí tenéis mi voz alzada contra el cielo de los dioses absurdos, mi voz apedreando las puertas de la muerte con cantos que son duras verdades como puños.
Escribo en defensa del reino del hombre y su justicia. Pido la paz y la palabra. He dicho «silencio», «sombra», «vacío» etcétera. Digo «del hombre y su justicia», «océano pacífico», lo que me dejan. Pido