Mademoiselle Isabel, rubia y francesa, con un mirlo debajo de la piel, no sé si aquél o ésta, oh mademoiselle Isabel, canta en él o si él en esa.
Princesa de mi infancia; tú, princesa promesa, con dos senos de clavel; yo, le livre, le crayon, le...le..., oh Isabel, Isabel!e..., tu jardín tiembla en la mesa.
De noche, te alisabas los cabellos, yo me dormía, meditando en ellos y en tu cuerpo de rosa: mariposa
rosa y blanca, velada con un velo. Volada para siempre de mi rosa -mademoiselle Isabel- y de mi cielo.
Porque vivir se ha puesto al rojo vivo. (Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.) Digo vivir, vivir como si nada hubiese de quedar de lo que escribo.
Imaginé mi horror por un momento que Dios, el solo vivo, no existiera, o que, existiendo, sólo consistiera en tierra, en agua, en fuego, en sombra, en viento.
Quiero encontrar, ando buscando la causa del sufrimiento. La causa a secas del sufrimiento a veces mojado en sangre, en lágrimas, y en seco muchas más. La causa de las causas de las cosas horribles que nos pasan a los hombres.
Entre enfermedades y catástrofes entre torres turbias y sangre entre los labios así te veo así te encuentro mi pequeña paloma desguarnecida entre embarcaciones con los párpados entornados entre nieve y relámpago