Mademoiselle Isabel, rubia y francesa, con un mirlo debajo de la piel, no sé si aquél o ésta, oh mademoiselle Isabel, canta en él o si él en esa.
Princesa de mi infancia; tú, princesa promesa, con dos senos de clavel; yo, le livre, le crayon, le...le..., oh Isabel, Isabel!e..., tu jardín tiembla en la mesa.
De noche, te alisabas los cabellos, yo me dormía, meditando en ellos y en tu cuerpo de rosa: mariposa
rosa y blanca, velada con un velo. Volada para siempre de mi rosa -mademoiselle Isabel- y de mi cielo.
Cuando el llanto, partido en dos mitades, cuelga, sombríamente, de las manos, y el viento, vengador, viene y va, estira el corazón, ensancha el desamparo.
Cuando tu cuerpo es nieve perdida en un olvido deshelado, y el aire no se atreve a moverse por miedo a lo olvidado; y el mar, cuando se mueve e inventa otra postura, es sólo por sentirse de este lado más ágil de recuerdos y amargura.