Unas mujeres, tristes y pintadas, sonreían a todas las carteras, y ellos, analfabetos v magnánimos, las miraban por dentro, hacia las medias.
Oh cuánta sed, cuánto mendigo en faldas de soledad. Ciudad llena de iglesias y casas públicas, donde el hombre es harto y el hambre se reparte a manos llenas.
Bendecida ciudad llena de manchas, plagada de adulterios e indulgencias; ciudad donde las almas son de barro y el barro embarra todas las estrellas.
Laboriosa ciudad, salmo de fábricas donde el hombre maldice, mientras rezan los presidentes de Consejo.- oh altos hornos, infiernos hondos en la niebla.
Las tres y cinco de la madrugada. Puertas, puertas y puertas. Y más puertas. Junto al Nervión un hombre está meando. Pasan dos guardias en sus bicicletas.
Y voy mirando escaparates. Paca y Luz. Hijos de tal. Medias de seda.
Devocionarios. Más devocionarios. Libros de misa. Tules. Velos. Velas.
Y novenitas de la Inmaculada. Arriba, es el jolgorio de las piernas trenzadas. Oh ese barrio del escándalo... Pero duermen tranquilas las doncellas.
Y voy silbando por la calle. Nada me importas tú, ciudad donde naciera. Ciudad donde, muy lejos, muy lejano, se escucha el mar, la mar de Dios, inmensa.
Cuando el llanto, partido en dos mitades, cuelga, sombríamente, de las manos, y el viento, vengador, viene y va, estira el corazón, ensancha el desamparo.
Cuando tu cuerpo es nieve perdida en un olvido deshelado, y el aire no se atreve a moverse por miedo a lo olvidado; y el mar, cuando se mueve e inventa otra postura, es sólo por sentirse de este lado más ágil de recuerdos y amargura.