Hoy has venido a compartir mi soledad de estar contigo. Partiste el pan, tomaste un sorbo de vino nuevo, te llevaste hasta los labios la manzana y allí quedó tu mordedura, la viva huella de tu sed. Luego anduvimos de la mano por los pasillos silenciosos, como dos sombras o dos niños desamparados de estar juntos, ciegos de tanto conocer. Por ti la casa fue poblándose de luces altas, de rumores en desolvido, de aleteos de golondrinas zurcidoras de tanto tiempo desgarrado, de ese violín que un claro día te hizo llorar, poner en punto la aguja fiel del corazón. Y cuando todo parecía tan al alcance de la mano, cuando estar cerca o estar lejos eran la misma simple cosa y la ventana se entreabría para que huyese hasta su cielo la soledad, el viento malo de estar sin ti cerró de golpe y todo fue desconocerte, recuperar tu larga ausencia, doblar silencios y penumbras y contemplar en los espejos tu larga lluvia de no ser.
Hoy has venido a compartir mi soledad de estar contigo. Partiste el pan, tomaste un sorbo de vino nuevo, te llevaste hasta los labios la manzana y allí quedó tu mordedura, la viva huella de tu sed. Luego anduvimos de la mano
Esto de no ser más que tiempo espanta. La solución bajo el costado izquierdo: un fiel reloj al que jamás me acuerdo de darle cuerda y, sin embargo, canta.