¿En qué rayo de luz, amor ausente tu ausencia se posó? Toda en mis ojos brilla la desnudez de tu presencia. Dúos de soledad dicen mis manos llenas de ácidos fríos y desgarrados horizontes.
Veo el otoño lleno de esperanza como una atardecida primavera en que una sola estrella vive el cielo ambulante de la tarde.
Te amo, amor, y nada estoy diciendo para llamarte. Siento que me duelen los ojos de no llorar. Y veo que tu ausencia me encuentra como el cielo encendido y una alegría triste de no usarla como esos días en que nada ocurre y está toda la casa inútilmente iluminada.
En la destruida alcoba de tu ausencia pisoteados crepúsculos reviven sus harapos, morados de recuerdos. En el alojamiento de tu ausencia todo lo ocupo yo, clavando clavos en las cuatro paredes de la ausencia.
Y este mundo cerrado que se abre al interior de un bosque antiguo, ve marchitarse el tiempo, despolvorearse la luz, y mira a todos lados sin encontrar el punto de partida.
Aunque vengas mañana en tu ausencia de hoy perdí algún reino.
Tu cuerpo es el país de las caricias, en donde yo, viajero desolado -todo el itinerario de mis besos- paso el otoño para no morirme, sin conocer el valor de tu ausencia como un diamante oculto en lo más triste.
¿En qué rayo de luz, amor ausente tu ausencia se posó? Toda en mis ojos brilla la desnudez de tu presencia. Dúos de soledad dicen mis manos llenas de ácidos fríos y desgarrados horizontes.
La publicación de estos dos poemas es el testimonio de una frustración: no pude escribir la Oda Tropical de acuerdo con el proyecto de hace muchos años. El primer poema no es inédito. Un sentido de secuencia me obliga a publicarlo, considerando esto necesario.
Yo leía poemas y tú estabas tan cerca de mi voz que poesía era nuestra unidad y el verso apenas la pulsación remota de la carne. Yo leía poemas de tu amor Y la belleza de los infinitos instantes, la imperante sutileza