Nocturno del mal amor, de Carlos Pellicer | Poema

    Poema en español
    Nocturno del mal amor

    Volver a decir: ¡el mar! 
    volver a decir 
    lo que no puedo cantar 
    sin el corazón partir. 
    Lo que con sólo pensar 
    la dulce lengua salé 
    y al callar 
    cárcel de espumas sellé. 
    Noche de naves ancló 
    y en mi corazón caí. 
    Lo que desapareció, 
    ya está aquí. 
    Vivía un reflejo verde 
    que enrollaba el agua oscura. 
    Yo sé que el amor se pierde 
    junto a la noche más pura. 
    ¡Ay de mi vida! 
    puesta a lo largo del mar 
    sólo le queda mirar 
    un paisaje con herida. 
    Media noche fue en el cielo 
    que una nube fue a traer. 
    Pérdida de todo vuelo, 
    tiempo sangrado al correr. 
    En sombrías sonajeras 
    el agua su aire mojó 
    y oleajes desenrolló 
    ronca de angustias postreras. 
    Toda la noche a los cielos 
    mi corazón fui a llevar 
    por destruir un estelar 
    horario de desconsuelos. 
    Entre los dos viva muerte 
    secamente retoñó 
    y la luna la enyesó 
    con calmas de mala suerte. 
    ¡Voces inútiles siempre! 
    cuanto en el alma tajé 
    pudrió la noche septiembre 
    como quien rompe un quinqué. 
    Tu perfil en el espacio 
    pájaros sonidos daba 
    y el dolor de lo que acaba 
    puso el mar en tiempo lacio. 
    Toda la noche la cita 
    fue munendo de amargura. 
    Llorar era una llanura 
    desde una tarde infinita. 
    Casi un año, y el puñal 
    intocable y solitario 
    gotea el aniversario 
    con silencioso caudal. 
    Bella columna sonora, 
    tu caída partió en dos 
    la gloria de un semidiós 
    retocada por la aurora. 
    Volver a decir: ¡el mar! 
    volver a decir 
    lo que no puedo cantar 
    sin el corazón partir. 
    Junio trajo tu recuerdo, 
    sin querer. 
    Así gano lo que pierdo 
    moviendo mi oscurecer. 
    Junio y el mar tropical 
    descendido a oscuridades, 
    soledad de soledades 
    todo el olvido naval. 
    Abro el cielo y cuelgo estrellas. 
    Y aguas con luces remotas 
    esclarecen mis derrotas 
    moradas sobre sus huellas. 
    Puse en sus manos el mar 
    y del azul rebosante 
    todo un día declinante 
    quisiste desembarcar. 
    Pensar en ti será siempre 
    la dicha de haber vivido 
    cerca de ti, tan herido 
    una noche de septiembre. 
    Dije al mar: tu sangre es mía. 
    ¡Cuánta amargura en el canto! 
    (si fuera por lo que canto, 
    todo el mar me ceñiría). 
    Surge una nube, y la nave 
    sobrenada; silenciosa, 
    se distribuye la rosa 
    de los vientos en que cabe. 
    ¡Ay de mí, ay de la mar 
    que saló en el horizonte 
    la esperanza de algún monte 
    donde lo azul encontrar! 
    porque lo azul de la mar 
    es la distancia del cielo, 
    la entonación de un pañuelo 
    que se ha dejado llorar. 
    Y lo azul en lejanía 
    monte montaña será 
    soledad de poesía, 
    donde la noche vendría 
    sin sombra de lo que está. 
    Digo y aquí me despido 
    con sonoridad ligera, 
    que esta voz que nunca cuido 
    nomeolvides, no me olvido 
    cruce cada primavera 
    siempre fiel a lo que ha sido. 
    Con sonoridad ligera, 
    siempre fiel a lo que ha sido.