Un soneto de amor que nunca diga de quién y cómo y cuándo, y agua dé a quien viene por noticia y en sí lea clave caudal que sin la voz consiga.
Que en cada verso pierda y gane y siga ritmo a la cifra en luz que el agua arquea, y suba el espendor que así desea música lengua y tacto a flor de espiga.
Ya la línea sandalia del terceto abre camino al alma del objeto que adoro y cuyo nombre dicen todos.
Nadie sabe el valor de su grandeza, pero al decirlo de inconscientes modos me transfiguran, pues me dan belleza.
Volver a decir: ¡el mar! volver a decir lo que no puedo cantar sin el corazón partir. Lo que con sólo pensar la dulce lengua salé y al callar cárcel de espumas sellé. Noche de naves ancló y en mi corazón caí. Lo que desapareció,
La publicación de estos dos poemas es el testimonio de una frustración: no pude escribir la Oda Tropical de acuerdo con el proyecto de hace muchos años. El primer poema no es inédito. Un sentido de secuencia me obliga a publicarlo, considerando esto necesario.
Yo leía poemas y tú estabas tan cerca de mi voz que poesía era nuestra unidad y el verso apenas la pulsación remota de la carne. Yo leía poemas de tu amor Y la belleza de los infinitos instantes, la imperante sutileza