Un soneto de amor que nunca diga de quién y cómo y cuándo, y agua dé a quien viene por noticia y en sí lea clave caudal que sin la voz consiga.
Que en cada verso pierda y gane y siga ritmo a la cifra en luz que el agua arquea, y suba el espendor que así desea música lengua y tacto a flor de espiga.
Ya la línea sandalia del terceto abre camino al alma del objeto que adoro y cuyo nombre dicen todos.
Nadie sabe el valor de su grandeza, pero al decirlo de inconscientes modos me transfiguran, pues me dan belleza.
Hace un momento mi madre y yo dejamos de rezar. Entré en mi alcoba y abrí la ventana. La noche se movió profundamente llena de soledad. El cielo cae sobre el jardín oscuro. Y el viento busca entre los árboles la estrella escondida de la oscuridad.
Yo leía poemas y tú estabas tan cerca de mi voz que poesía era nuestra unidad y el verso apenas la pulsación remota de la carne. Yo leía poemas de tu amor Y la belleza de los infinitos instantes, la imperante sutileza
Entre todas las flores, señoras y señores, es el lirio morado la que mas me alucina. Andando una mañana solo por Palestina, algo de mi conciencia con morados colores tomó forma de flor y careció de espinas.