Un soneto de amor que nunca diga de quién y cómo y cuándo, y agua dé a quien viene por noticia y en sí lea clave caudal que sin la voz consiga.
Que en cada verso pierda y gane y siga ritmo a la cifra en luz que el agua arquea, y suba el espendor que así desea música lengua y tacto a flor de espiga.
Ya la línea sandalia del terceto abre camino al alma del objeto que adoro y cuyo nombre dicen todos.
Nadie sabe el valor de su grandeza, pero al decirlo de inconscientes modos me transfiguran, pues me dan belleza.
Hace un momento mi madre y yo dejamos de rezar. Entré en mi alcoba y abrí la ventana. La noche se movió profundamente llena de soledad. El cielo cae sobre el jardín oscuro. Y el viento busca entre los árboles la estrella escondida de la oscuridad.
¿En qué rayo de luz, amor ausente tu ausencia se posó? Toda en mis ojos brilla la desnudez de tu presencia. Dúos de soledad dicen mis manos llenas de ácidos fríos y desgarrados horizontes.
Volver a decir: ¡el mar! volver a decir lo que no puedo cantar sin el corazón partir. Lo que con sólo pensar la dulce lengua salé y al callar cárcel de espumas sellé. Noche de naves ancló y en mi corazón caí. Lo que desapareció,
Yo leía poemas y tú estabas tan cerca de mi voz que poesía era nuestra unidad y el verso apenas la pulsación remota de la carne. Yo leía poemas de tu amor Y la belleza de los infinitos instantes, la imperante sutileza